Nadie genera, si no es generado
Palabra entre nosotrosLa alegría, la "leticia" y la audacia. Notas de una conversación de Luigi Giussani con un grupo de Memores Domini
Lo único que el mundo humano necesita es el pueblo nuevo, la compañía que es un torrente de vida que recorre el desierto del mundo. Pero este pueblo y esta compañía nacen solamente de quien es profeta. Quiero destacar algo que podría parecer solo un detalle particular.
¿Cuál es el factor más importante de la realidad de pueblo a la que estamos llamados, de la realidad de la compañía en la que participamos,
del lugar de la profecía y del grito de que Dios es todo? ¿Cuál es el verdadero lugar del sentido religioso? El factor más importante en la realidad de un pueblo es lo que llamamos autoridad.
Tenemos una profunda necesidad de destruir hasta la última piedra la imagen de autoridad como un guía robot, casi como si se tratase de individuos encerrados en una torre desde la cual lanzan señales, desde la cual guían la marcha de las cosas. La autoridad, el guía, es lo contrario del poder, no existe en ella ni sombra de la palabra poder. Por ello, está completamente ausente en el pueblo de Dios, en cualquier nivel, todo reflejo de temor frente al concepto de autoridad. Al poder le corresponde el temor y uno, para liberarse de ese temor, huye del poder.
¿Qué es, entonces, esta autoridad? Es el lugar (también tú eres un lugar, también una persona es un lugar) donde se viven la lucha de la profecía y la verificación de la profecía; el lugar donde se desarrolla la lucha para afirmar -y la verificación para confirmar- la propuesta de Cristo como la respuesta a lo que el corazón percibe; el lugar donde Cristo se experimenta como la respuesta a las exigencias del corazón.
La autoridad es el lugar donde el sentido religioso (el sentido religioso viene dado por las exigencias del corazón que perciben la respuesta que tienen delante) es más límpido y más sencillo; por ello, la respuesta no produce temor, es más pacífica.
Pasolini dice en uno de sus escritos que uno educa a los jóvenes con su ser, no con sus discursos. La autoridad es el lugar donde el nexo entre las exigencias del corazón y la respuesta que da Cristo es más límpido y más sencillo, más pacífico. La autoridad es un ser, no una fuente de discurso. También el discurso es parte de la consistencia del ser, pero solo como un reflejo. En resumen, la autoridad es una persona mirando a la cual uno ve que lo que dice Cristo corresponde al corazón. Así es guiado el pueblo.
Entonces, el problema es seguir. Lo indica mejor la palabra filiación: de la autoridad se es hijo. Un hijo toma la cepa del padre, hace suya la cepa del padre, está constituido por la cepa que le viene del padre. Está todo él tomado por esto: la autoridad me aferra por entero, no es una palabra que me produzca miedo o me haga temer, o que previamente yo decida seguir. Me toma, como Dios, que sobre todo me atrae. Por tanto, a la palabra autoridad -que podría tener como sinónimo la palabra paternidad, capacidad de generar, generación, comunicación de genus, de cepa de vida, es decir, el acontecimiento por el que esta relación penetra y hace distinto mi yo- le sigue la palabra libertad, la autoridad genera libertad: ser hijo es la libertad.
El Evangelio lo dice a menudo: «Dime — le dice Jesús a Pedro —, ¿al hijo del rey le toca pagar tributo al rey? No, les toca a los siervos, porque lo que es del padre es del hijo».
Por eso, la autoridad es real, o se experimenta de verdad como tal, cuando hace estallar mi libertad, mi conciencia y mi responsabilidad personal.
Por esto, como alguien justamente me ha observado, cuando Jesús se volvió y dijo: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?», y Pedro respondió: «Tú eres el Cristo, el hijo del Dios vivo», la pregunta de Cristo hizo pasar a Pedro de una lógica de amigo (antes era un amigo, un conocido) a una responsabilidad personal, a una posición de responsabilidad personal. A partir de su responsabilidad dijo: «Tú eres el Cristo, el hijo del Dios vivo». La amistad que tenía con Cristo en ese momento, se iluminó súbitamente por la conciencia y la responsabilidad que la expresaban.
No existe relación con quien es autoridad si no se percibe que la propia libertad se desarrolla en conciencia personal y en responsabilidad personal. Cuando la autoridad es fuente de libertad, entonces se convierte en lugar de consuelo y convierte en lugar de consuelo a toda la compañía, al pueblo entero. ¿En qué sentido digo esto? Lugar de consuelo, porque si yo veo a alguien en el que Cristo ha vencido, vence, cautiva, convence y cambia, muestra cómo corresponde a la exigencia del corazón; si uno me testimonia esto, si yo viéndole comprendo que en él sucede esto, comienzo a comprender que también en la compañía esto acontece.
Entonces, sea yo como sea, en cualquier estado de ánimo que me encuentre, haya dado pocos o muchos pasos, me siento reconfortado: «Tus preceptos son fuente de alegría, de consuelo», porque Cristo vence. ¿Qué quiere decir que Cristo vence? Que Cristo demuestra hasta la orilla de la apariencia que corresponde a las exigencias del corazón, de un modo profético. Así sucederá también en mí. Parece imposible; también para quien es autoridad era imposible y ahora es posible, es real. Cristo vence.
La autoridad es, pues, lugar de paternidad, donde la nueva vida, que es aquella en la que Cristo responde al corazón, para la que el hombre está hecho, es más límpida y más clara. Esta es la verdadera autoridad. Puede ser autoridad la pobre mujer que echa una moneda en el cepillo del templo, más que el jefe de los Fariseos. Esta autoridad paterna, generadora, se demuestra en la experiencia de una mayor libertad, conciencia personal y respuesta personal, de modo que, aunque todos se marcharan y todos te traicionaran, yo te digo sí, oh Cristo. Y por eso la autoridad es lugar de consuelo, donde se ve que Cristo vence. Así cumple la autoridad Su verdadera misión: exalta al pueblo, porque hace comprender que el pueblo entero, que la compañía entera es el lugar donde Cristo vence.
Se me ha ocurrido una idea y la digo. Pero me parece que no se trata de una cosa más, sino de «la cuestión», como la espada que entra -dice Miguel Mañara- en el corazón de la piedra. Uno no puede ser solamente jefe, responsable, y no tener a nadie como padre. Uno no puede ser padre, generador, si no tiene a nadie como padre. No digo si «no ha tenido», sino si «no tiene» a nadie como padre. Porque, si no tiene a nadie como padre quiere decir que no se trata de un acontecimiento, no es un encuentro, no es una generación. Generar es un acto presente.
La posición frente al otro es un aspecto permanente, pero el realizarse de la paternidad como contenido de esa posición permanente es algo que se da en el presente. Tener un padre es una posición permanente porque pertenece a la propia historia. Si en 1954 no hubiese entrado en el liceo Berchet y hubiese entrado en otro liceo habría sido otra historia completamente distinta. La disposición es permanente, pero la generación -que es lo interesante de la paternidad- es presencia, es algo presente. Por eso no se puede ser generador si no se tiene un padre, sólo se genera porque se tiene un padre, solo se genera porque se es generado.
El sacrificio más grande es dar la propia vida por la obra de otro, del Otro. Esta es una traducción de lo que San Pablo dice de Cristo, que ha dado su vida por la obra del Padre: se llama obediencia.
La obra de otro, precisamente en cuanto pertenece al fluir de la historia, es obra de Dios. Por eso, es a Dios a quien se le da toda la vida, pero se le da dándola a una persona. Quien combatía en la batalla de Viena por Sobieskj daba la propia vida a Sobieskj, aunque la diese por la civilización occidental o por la Iglesia de Dios.
Quien no tiene padre está «afectivamente disminuido». Y uno que está afectivamente disminuido ha tenido padre, pero no lo tiene en el presente. La paternidad personal, la paternidad genera el yo; así, la autoridad genera la acción del yo, no genera el yo sino la acción del yo.
Tener a un padre significa:
Primero: sentirse estimado. Sentirse estimado ahora, ahora, ¡ahora! Uno que ha sido valorado y ahora no se siente estimado, en un momento determinado no se siente estimado, pierde la paternidad que lo genera. Pero, para sentirse estimado, aunque a uno le parezca que la antigua estima ya no existe, debe sacrificarse -¿me comprendes?-, debe perderse. Sentirse estimado.
Segundo: voluntad de dependencia, la afectividad como dependencia. Voluntad de dependencia.
Tercero: la obediencia como forma de la creatividad del acto. A uno se le puede ocurrir una forma creativa del acto más genial. Pero debe tomar como forma creativa del acto la del padre. Su diversidad no sólo no se perderá sino que obrará en lo que se lleva a cabo y construirá. Serán necesarios dos años en lugar de dos meses. Todo lo que hace la historia tiene esta unidad, este tipo de unidad. Todo lo que hace la historia humana.
En efecto, nuestra realidad se hace, no está ya hecha. No está ya hecha por el uno o por el otro; se hace por corresponsabilidad, es una corresponsabilidad.
Pensemos en un padre que tiene dos hijos, tres hijos, cuatro hijos, siete hijos, diez hijos … todos son corresponsables, porque la obra es una sola.
Se trata de una obra única y este es nuestro modo de participar en esa obra única que es el opus Dei, ¡que gracias a Dios está en manos de Cristo! Todo esto que estoy diciendo se debe decir analógicamente de nuestra relación con Cristo. Si tú aplicas lo que decimos a la relación con Cristo debes repetir lo que hemos dicho.
Querría subrayar que nadie genera si no es generado. No «si no ha sido generado» sino «si no es generado». Este concepto de paternidad es el concepto que toda la cultura iluminista, de origen renacentista y post-renacentista, más ha combatido; y es el punto en el que se juega el sentido religioso. De este concepto depende toda construcción de la novedad del mundo.
Lo que he dicho lo podéis encontrar en el Evangelio, la analogía de lo que he dicho la podéis encontrar, página por página, en el Evangelio.
Yo diría que, de los tres puntos, el más difícil es el primero: ser estimado.
Es ahí donde se cuela la duda: «Pero, es que no me entiende». Después de esto, lo más difícil es el tercer punto: la obediencia, plasmar el acto conforme a una fuerza creativa distinta. De cualquier modo, la alegría nace de estas tres cosas, diría que la alegría nace de la primera, ser estimado, mientras que de la segunda nace la "leticia", y de la tercera la audacia.