Latinoamérica en la sangre
Nuestro compañero Luis Enrique Marius, colaborador de estas Páginas, murió el pasado 3 de octubre en Caracas, con una sonrisa en los labios y diciendo, según testimonio de sus hijos, "contento, Señor, contento", una expresión del jesuita chileno Alberto Hurtado, fundador de la Acción Sindical Chilena, y canonizado por Benedicto XVI. Nos dejaba así un gran amigo, incansable luchador, que durante casi 30 años fue reelegido secretario general adjunto de la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT), que fue la expresión del sindicalismo de inspiración cristiana en el continente.
Hace pocos días, comunicando a sus amigos y colaboradores el estado crítico en el que se encontraba, sus hijos escribieron: "Desde que tenemos memoria hemos visto a papá como un hombre que movido por su fe ha realizado muchas actividades, proyectos que han tenido el mundo como horizonte último y siempre al servicio de las personas más desprotegidas. Verlo en esta faceta, tan débil, tan dependiente de otros y sin poder 'hacer' mucho y dar grandes discursos, pero con la misma serenidad y firmeza de siempre, nos ayuda a ver cómo se puede vivir cada circunstancia a partir de la fe".
Resulta imposible separar la vida de Marius de la aventura que, a mediados del siglo pasado, iniciaron un grupo de militantes latinoamericanos vinculados a la Juventud Obrera Católica fundamentalmente en Chile, Argentina y Cuba: construir una organización fuerte al servicio de los trabajadores del continente. En una primera fase este grupo de jóvenes entusiastas creó en Santiago de Chile una organización de cuadros que tomó inicialmente el nombre de Confederación Latinoamericana de Sindicalistas Cristianos (CLASC). Cuando pocos años después, decidieron abrirse un espacio propio en el sindicalismo continental, pasó a llamarse simplemente CLAT: Central Latinoamericana de Trabajadores, y de esta forma consiguieron conformar una fuerza sindical en casi todos los países de América Latina, que hablaba de tú a tú con el sindicalismo de obediencia comunista por un lado y, por otro, con las poderosas organizaciones socialdemócratas, muy tuteladas por el sindicalismo norteamericano.
Luis Enrique Marius se comprometió desde joven como sindicalista del gremio textil uruguayo y dirigente de Acción Sindical Uruguay (1966-1977), al mismo tiempo que cursaba estudios superiores de Ingeniería Civil, Economía Política y Sociología del Desarrollo en la Universidad Central del Uruguay.
Con el advenimiento de la dictadura militar, el forzado exilio lo llevó junto a su familia a Venezuela. Allí empezó a trabajar de cerca con Emilio Máspero, el carismático líder de la CLAT, a quien se uniría con unos lazos de amistad y de compromiso que no se rompieron nunca, hasta la muerte del primero. Luis Enrique Marius fue elegido miembro del Buró Político de la CLAT y reelegido posteriormente en cinco congresos (1977-2004). En 2003 fue nombrado vicepresidente de la CMT (Confederación Mundial del Trabajo) con sede en Bruselas.
No es frecuente que hombres de una actividad tan frenética conserven una tensión por la reflexión y el estudio constante. Sin embargo, Marius no dejó nunca de indagar, comparar, estudiar. Una característica muy propia de la CLAT, que en su afán por enfatizar este aspecto de formación llegó a crear la que llamaron Universidad de los Trabajadores de América Latina (UTAL), con sede en San Antonio de los Altos (Venezuela), de la que Marius fue siempre un importante animador y directivo.
La llegada a la Santa Sede de Karol Wojtyla supuso, en cierta manera, una inflexión en la historia de la CLAT. La cercanía a las preocupaciones manifestadas por el papa Juan Pablo II, el Papa obrero, el papa de la “Laborem Exercens” y la “Sollicitudo Rei Socialis”, el Papa amigo de Solidarnosc, hizo que la CLAT mirase con gran interés, desde su independencia absoluta, este nuevo impulso eclesial. En esos años, Luis Enrique Marius fue elegido asesor del Pontificio Consejo para los Laicos (1985-1995), auditor y ponente en el Sínodo de los Obispos sobre la Misión del Laicado (1987), e invitado personalmente por el Papa como ponente en el Acto Central del Centenario de la Encíclica “Rerum Novarum” en la Sala del Sínodo (1991). En el ámbito estrictamente latinoamericano, Marius fue nombrado asesor del Departamento Justicia y Solidaridad del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano).
Conocía y recorría permanentemente América Latina, demostrando una particular pasión por las tradiciones culturales de cada región del continente, las que gustaba aprender y trasmitir a los demás. Durante años pasó más tiempo “en el aire que en el suelo” como él mismo afirmaba. Una entrega y un desgaste que fue posible por el sacrificio de Elba, su mujer. Quienes le conocimos pudimos encontrar a Quique Marius en tantos países, de norte a sur, de Haití a la Argentina. Pero también en Europa, donde viajaba con frecuencia buscando apoyos de todo tipo para la CLAT. Sus citas obligadas eran Holanda, Bélgica y Alemania, donde el sindicalismo de inspiración cristiana había tomado una gran fuerza en los años de la posguerra europea. En ese itinerario europeo apareció España en los años 80. Y del diálogo entre Emilio Máspero, Luis Enrique Marius y un amplio grupo de investigadores, editores, americanistas, periodistas y algunos jóvenes profesionales españoles, nació el Centro de Estudios y Solidaridad con América Latina (CESAL), una organización de cooperación internacional que mantuvo desde su origen una vinculación privilegiada con las organizaciones sindicales, campesinas y sociales vinculadas a la CLAT, hasta que esta organización desapareció como tal.
Sus últimos años los entregó por completo al proyecto del CELADIC (Centro Latinoamericano para el Desarrollo, la Integración y Cooperación) que fundó en 2005 y ha dirigido hasta el momento de su fallecimiento. Desde esta plataforma llevó a cabo un importante trabajo cultural, que tenía como objetivo plasmar la Doctrina Social de la Iglesia en la realidad latinoamericana abordando los diferentes ámbitos de aplicación (educación, familia, política e integración, cultura, etc). Para ello supo Luis Enrique aglutinar a algunos de los mejores intelectuales y líderes sociales latinoamericanos, involucrándolos en la formulación de lo que llegó a definir con una ambición casi desmesurada como “un modelo alternativo de desarrollo humano integral”. Realizó entonces un incansable trabajo recorriendo, de nuevo, el continente entero, entre Capítulos Nacionales y Equipos Temáticos, tratando de mantener viva la visión de conjunto, lo que llamara el argentino Manuel Ugarte “la Patria Grande Latinoamericana”. Aquel trabajo se inició con un titánico 'Diagnóstico causal latinoamericano', y continuó con un ingente esfuerzo personal suyo materializado en informes, publicaciones y una cátedra virtual de Desarrollo Humano Integral que actualmente opera con más de veinte universidades latinoamericanas.
Si el volumen de su actividad sorprendía a cuantos lo conocían, aún más lo hacía su bonhomía. En eso demostraba cabalmente ser un hombre de Dios. Tal como recordaba Chesterton citando a Belloc, “la cortesía es mucho menos que el valor o la santidad, pero bien meditado yo diría que la gracia de Dios está en la cortesía”. Luis Enrique era un hombre de firmes convicciones, apasionado y enérgico, pero dueño de un carácter gentil y cortés que desarmaba a cualquier interlocutor; alguien con quien la olvidada sana costumbre de sentarse a conversar era la antesala de un verdadero placer y de un seguro aprendizaje. "Usar las cosas y amar a las personas, y no al revés" era la sencilla fórmula con la que sabiamente sintetizaba el secreto de toda vida moral.
En pocas palabras, un gran hombre, de esos que dejan huellas. De hecho, sus hijos –nuestros amigos Alejandro, Leticia, Leonardo, Andrea y Juan Pablo– han recibido amorosamente de su padre y de su madre una cierta impronta que los identifica sin desmedro de la personalidad particular de cada uno: "los Marius" son una suerte de marca registrada en los múltiples ámbitos en que viven y se mueven, algo que solo los verdaderos padres consiguen. Como Luis Enrique.