La niña de Alagoinha y nosotros
No sabemos el nombre “de la niña de Alagoinha”..., que a los nueve años quedó encinta tras haber sufrido abusos por parte de su padrastro, y que ha abortado. Son muchos, estos días, los que no se preocupan en pensar que ella es la primera que necesitaría, en un momento tan triste como éste, una caricia del Nazareno.
La niña de Alagoinha y nosotros – que nos encontramos en las fábricas, en las oficinas, en las escuelas, en el poder o escribiendo en los periódicos – necesitamos una dulzura que nos abrace y despierte un afecto por nosotros mismos. Porque de otro modo el sentimiento que prevalece es solamente el cansancio: basta que las dificultades de la vida cotidiana, o mejor, el misterio mediante el cual la vida nos desafía, supere un poco nuestra medida para que nos sintamos destruidos. Y entretanto defendemos, con toda nuestra resistencia, nuestro escándalo ante lo que no podemos entender.
Pero ante un hecho tan dramático, todas las palabras parecen insuficientes. ¿La vida es un engaño? ¿Podemos dar un sentido a la vida cuando nos encontramos frente a hechos como este? ¿Podemos soportar un sufrimiento así? Solos, seguramente no, no podremos. Es necesario descubrir y sorprender la presencia de alguien que experimente una plenitud en la vida, de modo que podamos ver y recuperar la esperanza de que todo no termina en un vacío devastador.
Cristo no temió a la angustia que iba unida al dolor y al mal que le llevó a la muerte. ¿Qué es entonces lo que marca la diferencia en Él? ¿Es que fue más valiente que nosotros? ¡No! De hecho, en el momento más terrible de su prueba, pidió que se le ahorrara la cruz. En Cristo, fue vencida la sospecha de que la vida, en última instancia, sea un fracaso: lo que venció fue su vínculo con el Padre.
Benedicto XVI nos ha recordado que «la verdadera respuesta consiste en testimoniar el amor que nos ayuda a afrontar de modo humano el dolor y la agonía. Estemos seguros de que ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está a su lado, se pierde delante de Dios» (Angelus, 1 de febrero de 2009).
Por esto nosotros estamos al lado de la niña de Alagoinha y de la Iglesia, que no se cansa de enseñanos, desde dentro de los acontecimientos de la historia, que no podemos pagar el mal con el mal. Consideramos el aborto como una segunda violencia con esta niña, un gesto así marca muy profundamente para toda la vida, y una niña que ya había sufrido tanto no merecía recibir una violencia ulterior. La vida es un don de Dios, ¿en nombre de quién decide el hombre cuándo la vida debe ser donada o quitada?
La presencia de Cristo es el único hecho que puede dar un sentido al dolor y a la injusticia. Reconocer la positividad que vence cualquier soledad o violencia sólo es posible gracias al encuentro con personas que testimonian que la vida vale más que la enfermedad y que la muerte. Como nos ha testimoniado Vicky, en el documental que ganó un premio en Cannes en 2008: una mujer seropositiva de Uganda, que al aceptar esta mirada sobre sí misma, descubrió su propia dignidad, y que hoy ayuda a cientos de personas en una ONG de su país. Esta es la vida nueva que todos deseamos, a pesar del mal del mundo y de nuestro mal. Esta es la vida que la niña de Alagoinha desea ahora.