La fuerza de la fe

Bruno Vespa

No era un cardenal, ni un obispo importante. Era sólo un cura, como testimoniaba la humilde casulla blanca colocada sobre el féretro. Sin embargo, nunca antes en la memoria ni un cura, ni un obispo importante, ni tampoco un cardenal había reunido a los altos cargos del Estado ni a decenas de miles de personas en su funeral. Una participación tan grande y tan comprometida era digna de las exequias de un pontífice. He asistido a las exequias de don Giussani junto con 500 curas llegados de distintos lugares en representación de Comunión y Liberación. Cuando entonaron el canto de entrada tan querido por el difunto («Es pobre la voz de un hombre que no existe»), se entendió que estábamos asistiendo a algo absolutamente inédito. Los laicos que estaban cerca de mí empezaron a responder («Nuestra voz canta con un porqué»). Alejando la mirada por el transepto hacia el Duomo entero, hacia los millares de personas que estaban sentadas o en pie detrás de Berlusconi y de los presidentes de las Cámaras y de los ministros y de los diputados y de los gobernadores y de los alcaldes, he visto que respondían casi todos. Porque aquella gente era la gente de Comunión y Liberación, el movimiento constituido hace cuarenta años por don Giussani y repetidamente bendecido por Juan Pablo II, en el que laicos y sacerdotes recorren el mismo camino, con funciones distintas, pero con un objetivo idéntico: «Nuestra voz debe cantar porque la vida existe, toda la vida grita la eternidad... Nuestra voz canta con un porqué». (...) Es extraordinaria la suerte de don Giussani. Él mismo se habría maravillado del espacio enorme que a su muerte le han dedicado estos mismos periódicos que le habían casi ignorado, si no combatido, cuando estaba vivo. Con Comunión y Liberación él había empuñado la cruz haciendo de la fe también una lucha social y civil en la escuela, en el trabajo, en los periódicos, en la política. Ha sido este aspecto de combatiente del amor el que ha conquistado al Papa polaco y ha procurado a don Giussani formidables desconfianzas en el campo laico, aunque no sólo. (...) Cualquiera –sea católico o laico– que haya salido del Duomo de Milán al atardecer, ha tenido la impresión de que aquel féretro ha dado ya nuevos frutos.