La creatividad del Espíritu Santo
No hay nada más inteligente que aprender de la experiencia. Y confieso que esto me ha acompañado en este largo mes, entre la renuncia de un Papa y la elección de otro. El mundo entero se volcaba en una vorágine de apuestas aplicando categorías políticas a un fenómeno que es extraño a ellas. ¿Cómo sustraerse a esa dinámica? Sólo en función de un conocimiento de la naturaleza de la Iglesia apoyado en la experiencia. Y hay que reconocer que nuestros ojos han visto muchas cosas en los últimos años que se han convertido en experiencia de una dinámica nueva.
Pensemos en Juan Pablo II, aquel cardenal desconocido de nombre impronunciable. ¿Quién podía apostar por él? Y sin embargo nos deparó más de 26 años en los que la Iglesia volvió a ponerse ante el mundo como un factor decisivo para la Historia. Pero pensemos en el archiconocido y etiquetado Ratzinger: a pesar de todas las imágenes se convirtió en el Papa humilde, y grande a la vez, que ha dialogado con la razón de Occidente. Como le sucedía al pueblo de Israel, la memoria de lo que habían visto mis ojos sostenía la certeza de que no había nada más inteligente que la creatividad del Espíritu Santo guiando a la Iglesia. Menos de esto no quería.
Y así me puse delante del televisor expectante por conocer el rostro de Pedro. Casi escrutando intensamente los signos de la sorpresa que el Señor empezaba a dibujar para salir al encuentro de nuestra débil esperanza. Y confieso que uno así ve más. O mejor dicho, ve lo que está sucediendo, que es bastante más que lo epidérmico. ¿Qué vi en ese balcón de la urbe que acaparó las miradas del entero orbe? Un hombre llano que en pocos segundos se convirtió en testigo de Jesucristo delante del mundo. En lugar de divagar sobre los sentimientos o emociones propios de un momento como ése, invitó a todos a rezar... y se puso a rezar. Explicando así, con sus propios gestos, al mundo entero que, en medio de nuestras angustias, de nuestras batallas, de nuestros esquemas caducos, la misericordia de Dios tiene un nombre: Jesucristo, que ha entrado en la Historia, en cuya mano está el designio de todo. Si de algo está necesitado el mundo es de esto. Dar menos que Dios es dar poco. Y este Papa ha empezado a gritarlo.