La carne es el quicio de la salvación
Palabra entre nosotrosApuntes de la intervención de Luigi Giussani en el Consejo internacional de Comunión y Liberación.
La Thuile, 27 de agosto de 2002
Me llena de alegría que el Señor me ofrezca un punto de luz en estos tiempos sombríos. Porque es realmente un punto luminoso lo que habéis reproducido hoy ante nuestros ojos y nuestro corazón. Pero quisiera expresar bien por qué es luminoso y en qué sentido nuestro pensar y obrar debe iluminarse.
¿Es cuestión de palabras? No, ¡no es cuestión de ninguna palabra! En efecto, cuando se nos propone una palabra, esta se torna objeto de discusión fecunda sólo cuando profundizar en ella significa adentrarse en una realidad.
Espero que el Señor me conceda el gozo de experimentar diariamente, más que antes, lo que significan ciertas palabras. Lo digo como puedo, pero parece que para nosotros el problema resida en una palabra u otra, como si el problema fueran las palabras. De ser cierto, nos asociaríamos muy pronto a los que creen, al pertenecer a otras religiones, que la palabra afecta a la vida del mundo, de la sociedad y de la realidad psicológica del hombre, por ser palabra.
Quizá - mejor, ¡sin “quizá”! -, desde este punto de vista, la muerte que se acerca resulta algo provocador, intensamente capaz de cambiar, por fin, todos los términos del problema de la existencia.
¿De qué se trata? Si no se trata de palabras ni de una capacidad particular, ¿de qué se trata? Se trata de un acontecimiento. Así lo dice uno de nuestros libros que os recomiendo encarecidamente para este curso: El acontecimiento cristiano (BUR Rizzoli, Milán 1993).
Es un acontecimiento, algo que no existía y está. Las palabras cristianas no existían y ahora existen; sin embargo, no logro disolver esa especie de hilo que todavía me tiene “prisionero” a la hora de comprenderlas. ¡Es preciso un acontecimiento!
El acontecimiento está determinado totalmente por lo que existe y que no es igual a cero. Si es algo que ya aconteció no tiene sólo su propio peso.
Casi es mejor decir que es “una cosa”. Lo cual ciertamente nos acerca a “la cosa” de espaldas, nos reverbera algo que viene del pasado. Pero ese “algo” no tiene igual, nada se le parece, ¡su comprensión no viene de nada que podamos deducir!
Quiero también recordar el resultado que esto debe obtener en el corazón de cada uno y en el de la experiencia que nos une. Os recomiendo que este curso partáis, captéis o sintáis, recéis a Dios para que os dé a entender que el corazón de esa “cosa” que es el acontecimiento no coincide con nada de lo que hemos establecido o percibido anteriormente.
Es como cuando era niño y mi madre nos leía a mis tres hermanos y a mí, que era el mayor, el libro Cuore de De Amicis: los nombres que escuchaba se grabaron en mi memoria. Por ejemplo, De los Apeninos a los Andes se hizo proverbial, para mí y para muchos otros que supieron de una civilización distinta a la que conocían. Decir que hubo un Hitler, un Stalin, un Bush, es nombrar algo totalmente distinto que la existencia de una persona determinada. Una persona es “algo” infinito; no se pude comparar con nada; es una “cosa” infinitamente distinta y más profunda de lo que se percibía antes de descubrirla como un acontecimiento.
Me urgía deciros que, para que nuestra posición no sea jamás una “condescendencia” con lo que nos hace penetrar en lo eterno que se da por supuesta, lo esencial no es cambiar el vocabulario; tampoco se trata de que cambie yo: ante lo que sucede, toda comparación con algo que ya nos ha pasado resta valía al acontecimiento.
Os ruego por tanto que, desde ahora, os fijéis en lo que el Señor me sugirió para el encuentro de Rímini (intervenir era el último de mis pensamientos). Por un lado, para que el Himno a la Virgen de Dante llegue a ser un contenido peculiar de nuestra convivencia, puesto que incluye el versículo más bonito de la literatura universal (sin que sea necesario que nuestros mejores “calculadores” de palabras, los periodistas, lo entiendan); por otro, para que se aclare lo que nos resulta todavía “oscuro”. Para este curso, os ruego que consideréis - como primer apoyo para poder avanzar - lo que el Señor me inspiró para Rímini. Teóricamente todos estamos dispuestos a reconocer que lo importante son estas tres realidades: la fe, la esperanza y la caridad. ¡Fe, esperanza y caridad! Pero, aunque se haya recorrido un tramo de camino, sólo cuando uno se ve afectado personalmente - es como el silbido de una piedra, de una piedra misteriosa que nos roza -, comprende y dice de verdad: fe, esperanza y caridad.
Fe, esperanza y caridad: todo conserva intacto su límite; porque no son las palabras “fe, esperanza y caridad” lo que importa; es que la fe, la esperanza y la caridad, entrañan todo el acontecimiento, encarnado y bien planteado.
Quiero destacar lo que indica la naturaleza excepcional del acontecimiento - que es nuestra relación con la realidad, con el ser que somos y del que participamos - y la salva: la “esperanza”.
La fe descubre algo que existe. La caridad crea algo nuevo en el espacio de Dios, en el ámbito de lo eterno. De las tres, la “esperanza” es la más significativa, la que se acerca más a nuestro uso cotidiano de las cosas y a su fruición. Aunque nos roce muy veloz como el silbido de un meteorito, la “esperanza” es la realidad más adecuada para que percibamos el Ser. La “esperanza” define para nosotros el Ser.
Cesana: ¡Gracias, don Gius!
don Giussani: Había pensado simplemente saludaros, con la admiración y el asombro de alguien que, andando por un camino, ve a otro a quien le sucede algo nuevo. Le ve vivir, nacer o morir, ir de paseo con sus hijos... como mi padre que me llevaba a oír misas solemnes, cantadas por las corales de las parroquias, en uno u otro pueblo de Lombardia.
Espero que nuestro Ángel de la guarda, por lo menos, pueda hacernos sentir el contacto con algo extraño. Disculpad si os he hecho perder tiempo, pero me apremiaba aludir a la esperanza.
¡Gracias a todos! ¿A qué hora coméis?
Cesana: A la una y media, pero ahora tenemos un aperitivo.
don Giussani: ¡Qué suerte!
Cesana: ¡Qué aproveche, don Gius!
don Giussani: Gracias. Cesana, nos vemos pronto.
Cesana: Sí, cuando vuelva a casa.
don Giussani: Así el hecho sustituye la palabra.