“En Comunión y Liberación somos conscientes de nuestros límites”
Es uno de los movimientos más importantes de la Iglesia católica. Nació en 1954 gracias a la inquietud de Luigi Giussani (1922-2005), joven sacerdote y profesor en una escuela de Milán. Desde entonces no ha parado de crecer y hoy tiene presencia en 90 países. Se trata de Comunión y Liberación. Pero su sorprendente crecimiento no ha estado exento de polémicas y escándalos.
A 10 años del fallecimiento de su fundador, el Papa concedió una audiencia a sus miembros en la Plaza de San Pedro el 7 de marzo en la cual les marcó sus tentaciones y sus desafíos. En esta entrevista con Notimex, Julián Carrón reflexiona sobre ese y otros temas.
En estos dos años de pontificado el Papa Francisco ha sorprendido con su mensaje renovador, de radicalidad evangélica, pero creativo. ¿También ha sorprendido a CL?
El Papa Francisco nos ha sorprendido por la sencillez con la cual se ha dirigido a todos desde el primer momento, con un lenguaje accesible, desde los niveles culturales más altos hasta la gente más sencilla. La potencia de sus gestos, que dicen más que mil palabras, y la confianza que tiene en la potencia inerme de la verdad evangélica, él cree en la belleza desarmada de la verdad y esta irrupción de una figura como la suya ha significado un revulsivo para todos y también para nosotros. Su persona y sus gestos constituyen una provocación de un modo de vivir el cristianismo en las circunstancias históricas actuales, como si Cristo nos hubiera dado un modo de vivir el cristianismo en nuestro tiempo que cuando se vive así, como lo vive el Papa, a diferencia de lo que pensamos en muchas ocasiones, es capaz de entrar en diálogo con todo tipo de personas y con todas las culturas.
No obstante las dificultades, el movimiento ha llegado a muchos países y realidades distintas. ¿Cómo vive semejante expansión?
Lo vemos asombrados de que una realidad de origen italiano pueda tener este interés para latitudes, culturas y situaciones humanas tan distintas. Esto constituye una confirmación de la validez de lo que nos comunicó Giussani en un contexto cultural como el de hoy, global, y lo vivimos con todo el sentido de la responsabilidad que implica. Ver personas de Nueva Zelanda, Rusia, Argentina, Estados Unidos o Uganda interesarse en nuestra experiencia, para nosotros es la confirmación de que el corazón del hombre está esperando un cristianismo que responda a todas las exigencias de su ser, no obstante las condiciones humanas en que vive.
La difusión del movimiento presenta desafíos. En muchos ámbitos la “cara visible” de la Iglesia está representada por el movimiento. ¿Cómo toman esa responsabilidad?
Con humildad. Sabemos perfectamente qué poca cosa somos, conocemos todos nuestros límites y toda nuestra desproporción. Al mismo tiempo vivimos gozosos viendo que el Señor, con nuestro pequeño sí, hace cosas que nos maravillan y que nos dan la certeza de la fe. En este momento histórico en el que todo se derrumba, ver que la certeza de la fe en Jesucristo crece –no porque lo imaginemos sino por ver a las personas que lo encuentran y viven mejor, están más contentas, son más capaces de afrontar los desafíos de la vida–, esto nos llena de alegría y de gratitud.
El Papa les advirtió sobre tentaciones como la “autorreferencialidad” y el “catolicismo de etiqueta”. ¿Qué piensan de estos señalamientos?
Para nosotros es una llamada muy saludable porque nos sentimos reclamados a la verdad de nuestro carisma. Don Giussani siempre nos ha invitado a salir, a reconocer el valor en todo lo que encontramos, en cualquier persona que conocemos y circunstancia que vivimos. Por eso este reclamo a no estar cerrados corresponde a lo que él nos ha indicado para que no nos perdamos todo lo bueno, lo bello, lo estupendo que podamos encontrar en la relación con las personas y las circunstancias.
El Papa también les pidió no perder “la frescura del carisma”. ¿Cómo afrontar los cuestionamientos que surgen cuando el movimiento está bajo el severo escrutinio público y no perder esa frescura?
Nosotros fuimos a Roma, a la audiencia con el Papa, no para tener simplemente un momento celebrativo de un aniversario, sino con el deseo de aprender, de preguntarle con sinceridad cómo podemos –a los 10 años de la muerte de don Giussani– preservar la frescura del carisma. El Papa nos ha respondido con mucha claridad, la clave es que el centro sea constantemente Cristo y nos lo ha dicho no solo con palabras, sino que lo ha hecho suceder, en la Plaza de San Pedro hemos sentido hablar del cristianismo como nos lo atestiguaba también Giussani y ha hecho renacer en nosotros la frescura del carisma, por eso sentimos tan urgente que esta frescura permanezca, que la tradición sea tener vivo el fuego.
Pero ha habido también dificultades y crisis en estos años, ¿no?
Evidentemente cuando se habla de una realidad social de las dimensiones del movimiento, siempre estamos bajo los reflectores de todos. Esto a veces es motivo de poder ofrecer a los demás una contribución y a veces es motivo de humillación, porque también nosotros tenemos límites, como le sucede en ocasiones a la totalidad de la Iglesia. Nosotros los vivimos como un deseo constante de tener en cuenta las cosas de valor que nos dicen, y dejando aparte todo lo que pueda existir de exageración, de montaje periodístico, que lo dejamos pasar porque a nosotros nos interesa aprender también de nuestros límites.
El Papa les ha invitado a “ser manos y pies de la Iglesia en salida”. ¿Cómo está respondiendo el movimiento a ese llamado en América Latina?
En América Latina el movimiento está bastante difundido. Las iniciativas que allí se realizan son muy distintas, es verdad que las dimensiones de la presencia del movimiento en Brasil es diversa que en México y que en Guatemala, pero en las dimensiones que nosotros tenemos intentamos estar presentes en la realidad respondiendo como nos ha dicho el Papa, siendo las manos, los brazos o el corazón que lleva allí la novedad de lo que hemos vivido.
¿Y en México?
En México estamos presentes en distintas ciudades y para nosotros es fundamental que las personas que son parte del movimiento puedan ser ayudadas a vivir sus circunstancias históricas, su familia, su trabajo, que puedan responder a la realidad del país y puedan ofrecer algún gesto mediante el cual colaborar ante los desafíos que México está teniendo, desde la violencia hasta otras cuestiones que sabemos suceden ahí.