El otro es un bien, también en política
Estimado director,
Tratando de vivir la Pascua en el contexto de los últimos eventos acaecidos en la Iglesia – desde la renuncia de Benedicto XVI a la irrupción del papa Francisco –, no he podido evitar pensar en la dramática situación en la que está sumida Italia debido a la dificultad para salir de la parálisis que se ha generado.
Muchas personas, bastante más autorizadas que yo por sus competencias políticas, han escrito largamente sobre este tema. No tengo ninguna solución estratégica que sugerir. Me permito tan sólo ofrecer algunas ideas, en un intento de colaborar al bien de una nación a la que ahora me siento ligado por muchos motivos.
En mi opinión, la situación actual de bloqueo es el resultado de la percepción del adversario político como un enemigo, cuya influencia debe ser neutralizada o por lo menos reducida a la mínima expresión. En la historia europea del pasado siglo tenemos documentación suficiente de los intentos análogos de las distintas ideologías de eliminarse mutuamente, que han llevado a poblaciones enteras a terribles sufrimientos.
Pero el resultado de estos esfuerzos ha llevado a una constatación evidente: es imposible reducir al otro a cero. Esta evidencia, junto al deseo de paz que nadie puede eliminar del corazón de cada hombre, es lo que sugirió los primeros pasos de ese milagro que se llama Europa unida. ¿Qué permitió a los padres de Europa encontrar la disponibilidad para hablarse, para construir algo juntos, incluso después de la segunda Guerra Mundial? La conciencia de la imposibilidad de eliminar al adversario les hizo ser menos presuntuosos, menos impermeables al diálogo, conscientes como eran de su propia necesidad. Se empezó a dar espacio a la posibilidad de percibir al otro, en su diferencia, como un recurso, como un bien.
Pensando en el presente, estoy convencido de que si no encuentra espacio en nosotros la experiencia elemental de que el otro es un bien para la plenitud de nuestro yo, y no un obstáculo, será difícil salir de la situación en la que nos encontramos, tanto en la política como en las relaciones humanas y sociales.
Reconocer al otro es la verdadera victoria para cada uno y para todos. Los primeros que están llamados a recorrer ese camino, como ha sucedido en el pasado, son precisamente los políticos católicos, cualquiera que sea el partido en el que militan. Pero incluso ellos, por desgracia, parecen estar más definidos muchas veces por su alineación política que por la autoconciencia de su experiencia eclesial y por el deseo del bien común. Sin embargo, su experiencia de ser «miembros los unos de los otros» (san Pablo) permitiría una mirada sobre el otro como parte de la definición de sí y por tanto como un bien.
Muchas personas han mirado a la Iglesia en estos días y se han sorprendido de su disponibilidad a cambiar para responder mejor a los desafíos del presente. En primer lugar, hemos visto a un Papa que, en la cima de su poder, ha realizado un gesto de libertad absolutamente inédito – que ha llenado de asombro a todos – para que otro con más energías pudiese guiar a la Iglesia. Luego hemos sido testigos de la llegada del papa Francisco, que desde el primer instante nos ha sorprendido con gestos de una sencillez desarmante, capaces de llegar al corazón de cualquier persona.
En los últimos años, la Iglesia se ha visto afectada por no pocos problemas, empezando por el escándalo de la pedofilia; parecía estar sumida en la confusión y, sin embargo, al afrontar estas dificultades se ha puesto de manifiesto su fascinante originalidad.
¿De qué modo puede contribuir la vida de la Iglesia a medirse con la actual situación italiana? No creo que el modo sea intervenir en la liza política como una de las muchas partes o de las muchas opiniones en competición. La contribución de la Iglesia es mucho más radical. Si la consistencia de los que sirven a esta gran obra que es la política reside únicamente en la política, no hay mucho que esperar. A falta de un punto de apoyo mejor, se aferran a la fuerza, a la política y al poder personal y, en el caso concreto, apuntarán al enfrentamiento como única posibilidad de supervivencia. Pero la política no se basta a sí misma. Nunca ha resultado tan evidente como ahora.
Desde su pobre realidad llena de límites, la Iglesia sigue ofreciendo a los hombres, también en estos días, la única contribución verdadera, aquello por lo que ella misma existe – y que el papa Francisco recuerda continuamente –: el anuncio y la experiencia de Cristo resucitado. Él es el único capaz de responder exhaustivamente a la espera del corazón humano, hasta el punto de hacer a un Papa libre para renunciar por el bien de su pueblo.
Sin la experiencia de una positividad real, capaz de abrazar todo y a todos, no es posible volver a empezar. Este es el testimonio que todos los cristianos, empezando por los que están más implicados en política, están llamados a dar, junto a cualquier hombre de buena voluntad, como contribución para desbloquear la situación: afirmar el valor del otro y el bien común por encima de cualquier interés partidista.
Julián Carrón
Presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación