Ecuménicos, hace cuarenta años
Ecumenismo realLa llamada del hombre cristiano a los demás debe ser auténtica. Hablemos también de aspectos importantes de esta autenticidad:
- es necesario aclarar nuestro concepto de llamada, para que no quede en nosotros —y lo menos posible en los demás— ninguna confusión entre llamada y propaganda. En efecto, la propaganda consiste en difundir algo porque lo pienso yo o me interesa. La llamada, tal como la entiende la Iglesia, en cambio, consiste en despertar algo que está en el otro, en una valoración del otro, en un gesto de caridad. La llamada que hago a un compañero mío consiste en ayudarle a encontrar su verdad, su verdadero nombre (en el sentido bíblico), a reencontrarse a sí mismo. Mi anuncio de cristiano es. por tanto, la contribución más aguda a su libertad, porque libertad significa ser uno mismo. Por esto nuestra llamada es un gesto supremo de amistad.
De ahí que la nuestra sobre tocio no sea nunca una llamada a adoptar determinadas formas, determinados criterios o esquemas, o una organización particular, sino a verificar esa promesa que constituye el corazón mismo del hombre. Nosotros evocamos de nuevo en ellos lo que Dios ha puesto en su corazón al crearles, al colocarles en un determinado ambiente, al formarles. Precisamente por esto no sabemos adonde les conducirá Dios usando tal vez la ocasión que brindan nuestras palabras: el plan es Suyo. No podemos saber cuál será su vocación.
La nuestra es, por tanto, una llamada ante todo a lo que constituye el valor de la vida de un hombre, a conocer su destino, su vocación, a la realización de ésta y nada más;
- hay que llamar al otro reviviendo los motivos por los que lo hacemos.
Es precisamente el resplandor, la expresión de este revivir nuestro, lo que constituye el llamamiento para el otro. De ahí que la llamada no sea algo extrínseco a nosotros, una tarea exterior a nosotros. Cuando uno ha perdido la viveza de la adhesión anuncia con frialdad, como quien expone una fórmula, una ideología; a menudo lo que hace es una propaganda que sólo produce discusiones: él mismo se siente extraño al otro.
Debemos hacer que todo nuestro modo de obrar, las iniciativas que asumimos, las invitaciones que hacemos, estén invadidas y vivificadas por una genuina preocupación ideal. Nosotros com-partimos todas las preocupaciones de los demás, porque son humanas. Pero en nosotros hay algo más: en nosotros cada gesto está atravesado por la preocupación profunda de amar al hombre, esto es, de ayudarle a ser verdaderamente libre, a caminar hacia su destino. Ésta es la ley de la caridad: el deseo de que el otro sea él mismo, de que se salve», como quiso Jesucristo.
El camino a la verdad es una experiencia, Encuentro 1997, pp.107-108