Don Giussani, un conciudadano
HomenajeEl 7 de junio, en Bassano del Grappa, la “Ciudad de los Jóvenes”, obra del P. Dídimo Mantiero, confirió a don Giussani la ciudadanía honorífica en nombre de una estima y una amistad que se reflejó también en la asignación del Premio de la Cultura Católica en 1995
La Ciudad de los Jóvenes de Bassano del Grappa ha concedido a don Giussani la ciudadanía honorífica con ocasión de las celebraciones por su cuadragésimo aniversario. Nacida en 1962 gracias a la iniciativa del P. Dídimo Mantiero, entonces párroco de Santa Cruz en Bassano. Su intención era la de educar cristianamente a los jóvenes, mediante la asunción de responsabilidades en el “autogobierno” de su tiempo libre, y ayudándoles a formar una verdadera comunidad que se enfrenta con problemas de cultura, socialidad, colaboración y dinero.
La Ciudad se organiza como una verdadera institución civil con alcalde, teniente de alcalde y secretario, ministerios y direcciones generales de cultura, acción social, educación religiosa, tiempo libre, finanzas y estructuras. Ciudadanos de esta Ciudad son todos los jóvenes que lo deseen y que compartan sus tareas, con edades comprendidas entre los 15 y los 30 años.
Su estructura reproduce el modelo de una administración civil: elecciones para designar anualmente al alcalde y a los ministros; reuniones quincenales del consejo, en las que alcalde y ministros discuten los distintos problemas de la comunidad; actividades de autofinanciación para sostener la vida de la Ciudad y administración de los recursos a cargo de los mismos jóvenes.
Entre las actividades de la Ciudad (deportes, campamento de verano, periódico, teatro, coro, asistencia a los necesitados, etc...) goza de una relevancia especial la catequesis. Con ella los jóvenes son guiados de forma crítica y sistemática para comprobar la verdad de la fe en su experiencia y para juzgar los acontecimientos personales, familiares y sociales.
La Ciudad de los Jóvenes utiliza un método de co-educación entre los jóvenes y, a la vez, ofrece una propuesta educativa por parte de sujetos adultos. Es necesario por tanto un sujeto educador. Hasta 1978 el padre Dídimo desempeñó la función de “asistente” de la Ciudad, garantía de fidelidad de la asociación a la propuesta original. En 1997 nació el Consejo de las Obras de don Dídimo, que se propone a sí mismo como parte educadora, respetando siempre la autonomía de decisión de la Ciudad. Lo componen los presidentes de La Dieci, de la Escuela de Cultura Católica y de todas las asociaciones vinculadas a la organización.
La Ciudad de los Jóvenes ha concedido ya la ciudadanía honorífica, entre otros, a mons. J. Paul Cordes, el profesor Stanislaw Grygiel, Irina Alberti, el P. Primo Bertoldi, el P. Giancarlo Grandi y Sergio Martinelli.
El acto del pasado 7 de junio en el Palacio de los Deportes de Bassano se abrió con la intervención de la actual alcaldesa de la Ciudad, Chiara Torresan, a la que siguieron Giampaolo Pizzotto, alcalde de Bassano del Grappa, Sergio Martinelli, Presidente del Consejo de las Obras del P. Dídimo Mantiero y Gigi Bortolaso. A continuación, Giorgio Feliciani leyó un mensaje de don Giussani.
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Queridos amigos:
Siento profundamente no poder estar entre vosotros para expresar cómo me conmueve y me llena de gratitud vuestra decisión de concederme la ciudadanía honorífica de la Ciudad de los Jóvenes, bien consciente de mis límites que ofrezco con alegría sincera al Señor.
Vuestro gesto refuerza los vínculos recíprocos de esa amistad que es uno de los dones más significativos que el Señor ha querido conceder a mi vida. Porque los hijos de don Dídimo están entre mis amigos más queridos.
La Ciudad de los Jóvenes, nacida hace ahora cuarenta años de la espléndida intuición de aquella extraordinaria figura de sacerdote que el P. Mantiero, representa hoy uno de los ejemplos más significativos de la razonabilidad de la experiencia cristiana, que es capaz de impregnar y de mover toda la persona correspondiendo de forma imprevista y fascinante a su ineludible sed de felicidad.
Vosotros vivís esta experiencia la razón y de la libertad como apertura inagotable a la realidad, fieles a la enseñanza y a la intuición del P. Dídimo, con la tensión a comprobar la verdad del ideal cristiano, fuente de una humanidad nueva, como trato de reflejar en las páginas del libro El hombre y su destino. También me conmueve la consonancia profunda de vuestra obra con la concepción educativa que me ha movido en todos estos años de convivencia con generaciones de jóvenes y menos jóvenes, desde las primeras clases en el Liceo Berchet de Milán. Una concepción que nace del encuentro con Cristo percibido como un acontecimiento totalizador que impregna la vida del hombre, al igual que impregnó la de Juan y Andrés hace dos mil años. El descubrimiento de la humanidad excepcional de este Hombre mueve la existencia entera y le otorga una mirada nueva sobre la realidad. Por ello, se hace posible reconocer a través del rostro efímero de las cosas lo que san Pablo afirma: «Todo consiste en Él» (Col 1,17). La persona puede verse introducida en el significado de la realidad según la totalidad de los factores que la constituyen. Se trata de un descubrimiento fascinante dentro de la comunidad cristiana, lugar de amistad y de pasión por el destino de todo hombre. Estoy agradecido al P. Dídimo por lo que ha generado: «una fraternidad que - lo escribí también en el Prefacio a sus Diarios recientemente publicados - a través de la discreción de la Dieci es el alma de vuestra Ciudad de los Jóvenes y de la Escuela de Cultura Católica, obras que proclaman la belleza de la vida cristiana y despiertan admiración en los que se acercan a ellas». La vida del P. Dídimo atestigua que la raíz de estas obras admirables es el sacrificio, condición necesaria para afirmar la Resurrección de Cristo en el mundo, como fuente de salvación para todo hombre. «Él - es de nuevo una frase de san Pablo - murió por todos, para que los que vivan no vivan ya para sí mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos» (2Cor 5,15).
Precedido por tantos insignes conciudadanos, acepto con alegría ser acogido en vuestra Ciudad, y me apremia compartir con vosotros el reclamo esencial de Pablo a una conciencia clara del “porqué” entregamos la existencia: por Cristo.
Permitidme repetiros lo que el marqués de Posa dijo a Carlos V, del que fue preceptor: «Majestad, no olvidéis nunca los ideales de vuestra juventud». Vuestra amistad en la Ciudad de los Jóvenes mantenga despierta y renueve siempre la conciencia de la originalidad del hombre que la Presencia de Cristo identifica consigo mismos mediante el Bautismo. El 6 de octubre de 1995, en la entrega memorable del Premio de la Cultura Católica, recordé que la nobleza del hombre cristiano estriba en la conciencia viva de que Cristo nos envía a nuestros hermanos los hombres, con los que compartimos el mismo origen y el mismo destino.
Obedeciendo serenamente a las circunstancias que Cristo me pide, con mis amigos y junto con vosotros, quiero responder a la tarea apremiante del testimonio, lleno de gratitud por el milagro que supone nuestra amistad y unidad en el seno materno de la Iglesia. Dicha unidad manifiesta ante el mundo, a través de nuestras pobres existencias, la gloria humana de Cristo.
¡Gracias!