De repente, Cristo
Se cumplen 25 años de un hito fundamental para la implantación de Comunión y Liberación en España: la adhesión al Movimiento de buen número de cuantos seguían en Madrid la experiencia, junto con un grupo de jóvenes sacerdotes, de la asociación Nueva Tierra. Entre ellos, se encontraba el sacerdote a quien Don Giussani señalaría como sucesor: don Julián Carrón. Acaba de inaugurar el curso de CL en España.
Entrar a formar parte de Comunión y Liberación suele ir acompañado de signos externos muy característicos: cambios en el vocabulario -se usan profusamente términos como acontecimiento, deseo, encuentro...-; pasión por Solzhenitsyn y otros autores rusos, por la música coral... ¿Pero qué sucede en el interior de la persona?
Detrás hay una experiencia que, cuando uno trata de explicarla, no encuentra palabras más adecuadas que ésas. Para mí, lo decisivo fue empezar a participar de la vida del Movimiento y entrar en contacto con su propuesta educativa. Yo, con mi doctorado en el extranjero, no conseguía mover ni un ápice de su posición a mis alumnos, porque no era incisivo al enseñarles. Pero cuando empecé a afrontar la realidad -en este caso, mis clases- como me proponía el Movimiento, empecé a tener una libertad y una capacidad de desafiar a los chicos que antes no tenía. No se trata de que aprendiera no sé qué cosas nuevas, sino un nuevo modo de estar en la realidad que antes no tenía. ¿Y cómo llamas a eso? Es evidente que ha sucedido algo que te ha cambiado la vida. Y tú mismo eres el primer sorprendido. Por eso digo que el cristianismo, cuando sucede, te sorprende en lo cotidiano, en la forma de afrontar cada día, en el modo de dar las clases... Yo había leído ya algún texto de Don Giussani, y estaba de acuerdo, pero tampoco veía ninguna novedad especial. Fue participar en la vida del Movimiento y leer aquello desde dentro lo que me hizo tener una experiencia de la vida como la que estoy describiendo... Es lo mismo que sucede con cualquier texto literario. Como les explicaba a mis alumnos, no basta con tener los instrumentos literarios (un diccionario, la métrica del verso...), hace falta una experiencia que te permita entender un poema de amor... Por eso también hay que leer la Escritura desde la Tradición, desde una experiencia que permite captar toda su densidad.
¿Cómo le predispuso su experiencia del seminario y la de aquellos años?
De todo ello, sólo guardo agradecimiento. Es verdad que fueron momentos difíciles, con el postconcilio. Pero tuvimos la suerte de ser acompañados por personas como don Francisco Golfín [después, obispo de Getafe] y don Mariano Herranz [profesor de Sagrada Escritura] que nos dieron unas referencias que nos permitieron no perdernos en aquella situación, en la que tantos compañeros nuestros se perdieron. Nos acercaron a autores como Guardini o Von Balthasar, De Lubac o Ratzinger, que nos dieron las coordenadas para situarnos. Eran los mismos autores que el Movimiento y don Giussani recomendaban.
¿Cuál fue la novedad de CL?
Nos hizo conscientes de un metido que no teníamos. Entendimos que el cristianismo, más que una doctrina, es un acontecimiento. La novedad cristiana es que los conceptos se han hecho carne. Y como dice el Papa, en el inicio del camino cristiano está el acontecimiento de un encuentro. Puede ser como el de Juan y Andrés; o como el de la Samaritana... Pero siempre es un encuentro imprevisto e imprevisible con una Persona con una mirada sobre la vida, con una capacidad de abrazar lo humano absolutamente única.
Usted ya era creyente. Sin embargo, en su relato y en el de otras personas que se adhirieron a CL en aquellos años, lo que se describe es una conversión.
¡Ésta fue la primera sorpresa para nosotros! Aparece de pronto una capacidad de apertura y de abrazar la realidad infinitamente más grande, que no habíamos podido ni soñar. Empezó a abrirse nuestro horizonte, y a dilatarse nuestro interés por la realidad, por la fe, por la literatura y el arte, por Dostoievski y por Solzhenitsyn, por el canto, por la belleza... Cuesta imaginar cómo era la Iglesia en Milán en los años 50, con toda su capacidad de convocatoria. Sin embargo, don Giussani percibía síntomas de una división en la vida de las personas y en el modo de vivir la fe. Y empezó a proponer el cristianismo según sus características fundamentales. Si el cristianismo no vuelve a suceder como al principio, si no volvemos a la categoría del acontecimiento, uno puede participar como en una especie de tradición, y no basta. ¿Cuántas personas han pasado por colegios católicos?
No basta repetir las cosas; hace falta mostrar que, viviendo esas cosas la vida es más plena, más digna de ser vivida, y éste es el único desafío que puede convencer: el testimonio de una vida lograda, que sabe dar razón de por qué vive así. Ése es el testimonio que nos ha dado el Papa en el Reino Unido: ha testimoniado delante de todos una capacidad de estar en la realidad, de afrontar las grandes cuestiones con una profundidad que suscita preguntas hasta en los más reticentes... El reto es mostrar que el cristianismo no es sólo para adeptos, sino que introduce a la totalidad de la realidad, a la totalidad de la belleza.... Claro que el problema a veces es también saber transmitir interés por la belleza. Los monjes del Medievo cantaban y el pueblo participaba en la liturgia en gregoriano. Ahora, aquello nos parece algo reservado a las minorías cultas...