Cristo es todo lo que tenemos
Palabra entre nosotrosApuntes de una conversación de Luigi Giussani con un grupo de Comunión y Liberación. Nueva York, 8 de marzo de 1986
Proponemos este diálogo por la fuerza del juicio que expresa y por su pertinencia en el momento presente. Al responder a preguntas que le planteaban los primeros amigos de CL en Nueva York, don Giussani identifica cuál es la “genialidad” del movimiento, que la Iglesia aprobó al reconocer la Fraternidad de CL el 11 de febrero de 1982. En particular, recorriendo las etapas fundamentales de la historia del movimiento, explica en qué consiste la originalidad de la tradición occidental, una temática muy actual en estos meses de comentarios y discusiones a menudo insatisfactorios publicados en la prensa.
Pregunta: Nos has contado la historia del movimiento en tres partes: los comienzos, el periodo de la crisis y la actualidad. ¿Podrías ayudarnos, desde esta óptica, a comprender nuestro presente en EEUU? ¿A qué debemos prestar atención, qué peligros podemos correr en los inicios?
Don Giussani: Las características principales del movimiento son las siguientes. En primer lugar, una recuperación de lo que es el corazón de la fe cristiana: Jesús es el centro del cosmos, de la historia y de la vida. Esto implica un concepto y un sentimiento de la vida cristiana como continua verificación del nexo entre Cristo y la problemática de nuestra vida cotidiana; la percepción viva y existencial de Cristo, que es el contenido de la fe, no puede ser un hallazgo individual, sino que tanto el descubrimiento como la comprobación implican la pertenencia a una compañía.
El segundo momento de nuestra historia, a raíz del derrumbe del 68, fue el descubrimiento de que el cristianismo no es un impulso ético, más que como fenómeno secundario. ¿Secundario con respecto a qué? Con respecto a que el cristianismo es un hecho nuevo en la historia, un acontecimiento en la historia, irreductible e inevitable. Por ello, el cristianismo como presencia significa un acontecimiento que está presente, con el que uno se encuentra y que se ve: es necesario encontrarlo y toparse con él, entrar en él.
La tercera etapa fue marcada por la toma de conciencia de que lo que precisábamos no era una lucha alternativa a la de otras fuerzas; no era una antítesis con las demás fuerzas o, en definitiva, una emulación, sino el puro multiplicarse y dilatarse del acontecimiento que es la comunión cristiana. Crear comunión, dar cuerpo a una humanidad nueva: esta es toda nuestra tarea. El peligro que veo en vuestros inicios es el de ser superficiales en la toma de conciencia de los valores que se os han propuesto y ofrecido. Y, por otra parte, el peligro de identificar vuestro objetivo con un resultado, con un éxito fácilmente constatable y que os merezca la estima de los demás. Hay un “inconveniente” grave en nuestro compromiso: que tiene una única finalidad, la de reconocer con profundo estupor qué es Cristo. En cualquier caso, como observa Eliot en sus Coros de «La Piedra», si se olvida a Cristo, se destruye al hombre.
Pregunta: ¿Qué piensas de la cultura occidental? Esta pregunta es importante para nosotros porque vivimos en un país que quiere ser expresión del ideal de Occidente.
Don Giussani: Me parece una pregunta que lo abarca todo. En primer lugar, creo que la cultura occidental posee unos valores que se han extendido en todo el mundo tanto cultural como socialmente. Hay que añadir una observación: la civilización occidental ha heredado del cristianismo estos valores. El valor de la persona, totalmente inconcebible en la literatura universal, porque la dignidad de la persona se puede concebir sólo si se reconoce que no deriva integralmente de la biología de padre y madre, pues de otro modo sería como una piedra arrastrada por el torrente de la realidad, una gota dentro de una ola que se estrella contra la roca. El valor del trabajo, que en la cultura mundial, en la antigua al igual que en la de Engels y Marx, se concibe como una esclavitud, mientras que Cristo define el trabajo como la actividad del Padre. El valor de la materia, que supone la abolición del dualismo entre un aspecto noble y uno innoble de la vida de la naturaleza, cosa que queda abolida por el cristianismo. La frase más revolucionaria de la historia de la cultura es la de san Pablo: «Toda criatura es buena»1, por la que Romano Guardini puede decir que el cristianismo es la religión más “materialista” de la historia2. El valor del progreso, del discurrir del tiempo como algo cargado de significado, porque el concepto de historia exige la idea de un designio inteligente.
Estos son los valores fundamentales de la civilización occidental, en mi opinión. No he citado otro, porque está implícito en el concepto de persona: la libertad. Si en el hombre todo deriva de sus antecedentes biológicos, como pretende la cultura imperante, entonces el hombre es esclavo de la casualidad de los sucesos y por tanto es esclavo del poder, porque el poder representa el emerger provisional de la fortuna en la historia. Pero si en el hombre hay algo que deriva directamente del origen de las cosas y del mundo, es decir, el alma, entonces el hombre es realmente libre. El hombre no puede concebirse libre en sentido absoluto. Puesto que antes no existía y ahora existe, depende, por fuerza. La alternativa es muy sencilla: o depende de Aquello que hace la realidad, es decir, de Dios, o depende del movimiento casual de la realidad, es decir, del poder. La dependencia de Dios es la libertad del hombre con respecto a los demás hombres. La falta trágica, el error terrible de la civilización occidental es haber olvidado y renegado de esto. En nombre de su propia autonomía, el hombre occidental ha acabado siendo esclavo de cualquier poder. Y todo el desarrollo astuto de los instrumentos de la civilización incrementa esta esclavitud. La solución es una batalla para “salvar”; no una batalla para detener la astucia de la civilización, sino la batalla por redescubrir y testimoniar la dependencia del hombre con respecto a Dios. Lo cual ha sido a lo largo de todos los tiempos el verdadero significado de la lucha humana, la lucha entre la afirmación de lo humano y su instrumentalización por parte del poder, cosa que ahora ha llegado al extremo. Juan Pablo II nos ha alertado muchas veces: el peligro más grave de hoy no es ni siquiera la destrucción de los pueblos, el asesinato, sino el intento del poder de destruir lo humano. Y la esencia de lo humano es la libertad, la relación con el infinito. Sobre todo en Occidente el hombre que se siente hombre tiene que librar esta batalla entre la religiosidad auténtica y el poder. El límite del poder es la religiosidad verdadera. El límite de cualquier poder, civil, político o eclesiástico.
Pregunta: La mayor tarea para un cristiano es comunicar el encuentro con Cristo. Desde este punto de vista, en este último año he tenido que medirme con dos tipos de problemas. El primero: muchas personas son cristianas porque el cristianismo forma parte de su tradición cultural (muchos, por ejemplo, son hijos de la tradición irlandesa), y creen que ya saben en qué consiste la propuesta cristiana, de qué se trata. El segundo: por el contrario, puedes conocer a personas que no manifiestan ninguna apertura hacia la fe. ¿Cómo comportarse con estos dos tipos de personas?
Don Giussani: Creo que la relación con los que se consideran cristianos y los que no han conocido el cristianismo, es idéntica: es el mensaje que trae el testimonio personal, porque Cristo está presente en mi testimonio. Como máximo, puede haber una diferencia: con los que ya han recibido el cristianismo hace falta un testimonio mucho más fuerte y claro, porque, como decía Bárbara Ward, «los hombres raramente aprenden lo que creen ya saber»3.
Pregunta: ¿Cuál es la característica original del movimiento? ¿Qué lo distingue de los demás movimientos en la Iglesia y en el mundo?
Don Giussani: Creo que el genio - digámoslo en sentido latino - del movimiento es haber sentido la urgencia y proclamado la necesidad de retornar a los aspectos elementales del cristianismo, es decir, a la pasión por el hecho cristiano como tal, en sus elementos originales, y nada más. Por esto, sacerdotes, monjes, religiosas, gente de otros movimientos se reconocen en nuestro acento, se encuentran, cómo expresarlo, amigos en nuestro acento. No queremos nada más que lo que deberíamos tener en común con todos. Nuestra tarea es la de recordar a todos los factores originales necesarios para ser cristianos. De manera especial, la categoría de evento: el cristianismo es un hecho presente, del que tú y yo formamos parte. Lo que está presente es el hecho de Cristo, pero para hacerse presente me necesita a mí y a ti, nos necesita. Deberíais ver la película, si se puede conseguir en alguna videoteca, Dios necesita a los hombres, de Delanoy.
Pregunta: ¿Qué importancia tiene la oración en la vida del movimiento? ¿Cómo podemos vivirla para que crezca nuestra amistad?
Don Giussani: Cristo vino después de que los profetas y los pobres de espíritu le esperaran durante siglos. El pueblo judío, en sus hombres más conscientes, representaba a toda la humanidad que aguardaba. Dios responde siempre a una petición, a una súplica mendicante del hombre. En la literatura universal hay huellas de la espera y de la invocación dirigida a algo distinto que el hombre desconoce. Por esto, Cristo se me revela, manifiesta su presencia y entra en mi vida cuanto yo más lo pido, porque Él no entra en donde no se le espera. La esencia de la oración es mendigar a Cristo: «¡Ven, Señor Jesús!». Es la última súplica de la Biblia y la primera de los primeros cristianos. Debemos vivir o revivir toda la espera de la humanidad, porque Cristo es una respuesta a la libertad, y la libertad, a cada momento, es nueva. Lo más grande que encierra nuestra experiencia es el descubrimiento de lo que es la oración. La oración es el único fenómeno donde el hombre compromete toda su estatura. Quienes viven el movimiento deben testimoniar que yo, personalmente, hablo de esto más que de cualquier otra cosa. Porque el hombre es aspiración, es búsqueda; pero ni es aspiración ni es búsqueda si no pide. Entonces la compañía que nos llama a rezar los Laudes, la Hora intermedia, las Vísperas y las Completas, el Ángelus, que nos invita a comulgar diariamente, trata de hacer habitual en nosotros la petición de Cristo, es decir, del ser, del cumplimiento, de la verdad, de la vida, del “yo” verdadero. Disculpadme, os lo digo como amigo, pero alcanzar la percepción de lo que es la oración es cruzar el umbral de lo humano. Si no se franquea este umbral, no se puede gozar de la naturaleza, ni comprender la música, ni apreciar la relación con la mujer, ni entender la relación con uno mismo, porque si todo esto no es petición, no es nada.
Pregunta: Quisiera que nos ayudaras a comprender qué nexo existe entre la oración, tal como la acabas de describir, y la caridad.
Don Giussani: Si uno siente verdaderamente su pobreza, entonces pide. Sin embargo, nosotros no pedimos nunca. Esperamos, pero no pedimos. La primera liberación verdadera, es más, la realización esencial del hombre es pedir. Con respecto a la petición recuerdo siempre una comparación que hice una vez en el colegio. Para hacer comprender a los estudiantes que no buscaban nada, porque todos ven sólo lo que tienen ya en mente, escribí en la pizarra la palabra «omre». Entonces uno me dijo: «¡Anda, este cura siempre tan extravagante!» (es decir, yo), porque había escrito una palabra que en su opinión no tenía ningún sentido. Entonces le dije: «Tú si que eres extravagante, porque deberías haber preguntado: “¿Qué quiere decir?”. ¡Debías preguntar! Y te habría respondido: “No se lee omre, sino atchè, y es el vocativo de la palabra “padre” en ruso antiguo”». Aquel chico miró la palabra según lo que tenía ya en su cabeza, y por eso no podía aprender nada. En cambio, si uno pregunta, aprende, descubre algo nuevo. Todo el mundo hace como aquel alumno mío. Lo que impide que suceda esto, lo que nos abre siempre a aprender es vivir la oración como una petición. Toda pregunta verdadera es una oración, porque la pregunta, la pregunta verdadera, dictada por la curiosidad, expresa la exigencia de la verdad, es decir, de lo divino; pedir un afecto, pedir el cumplimiento del propio yo, es pedir a Dios. Gracias por tu pregunta sobre la oración. Quien comprende qué significa pedir, qué es la petición, se percata enseguida de lo que otro pide, no puede quedarse quieto si otro tiene una necesidad, y le ayuda gratuitamente. Esto es la caridad. Por el contrario, quien no siente la necesidad en sí mismo, quien no vive el dolor por la necesidad, no puede comprender que otro tenga una necesidad. En ese caso, aunque se dedique a obras de beneficencia, la otra persona acaba siendo tratada como un instrumento de un proyecto propio, por ejemplo el proyecto de tener la conciencia tranquila. Mientras que el proyecto verdadero del hombre no es tener el alma en paz, sino ser feliz. Puesto que Dios me da la alegría de poder hablar todo el rato de estas cosas, entiendo que el objeto de la vida es reconocer la verdad y llevarla a los demás. Suponed que exista un coche nuevo extraordinario, y que contratéis a un físico como Mathew para analizarlo detalladamente e identificar todas sus piezas. Cuando habéis descrito todas las piezas no podéis decir que conocéis el coche, porque para conocer el coche hace falta saberlo usar, es necesario comprender el significado de las relaciones entre todas esas piezas. Cuando esto falta el hombre se equivoca, está confuso, nervioso, inquieto y violento: porque hace el análisis de «el hombre», en todos los sentidos, pero no tiene el significado del conjunto. Por eso Dios se hizo uno entre nosotros, y nos llama para ayudarle para dar a conocer a los hombres el significado del “mecanismo humano”. Sin significado, no se ama a la mujer, ni a los hijos, no se ama a los hermanos, ni se ama al hombre; no se ama nada, ni siquiera a uno mismo. Por el significado merece la pena vivir. Cuando se da una amistad como la nuestra, sólo se puede explicar por un motivo: nuestra amistad comienza a ser verdadera cuando aparentemente no está motivada por nada, es decir, cuando su único motivo es el destino común. Esto une a una hija con su madre, y a un hombre con otro hombre, incluso con el más lejano. Yo no conocía a Bárbara antes de venir aquí. No han hecho falta días y meses, es suficiente habernos encontrado un minuto con la conciencia de lo que esto significa. Os decía esta mañana que, de la misma forma que el establo de Belén era un agujero que nadie conocía, no es un resultado cuantitativo clamoroso lo que nos interesa, lo que importa es lo que somos. Cuando empecé con cuatro chavales, mi último pensamiento era que nuestra relación se difundiría por el mundo entero. Esto depende sólo de Dios. La alegría y la plenitud de la vida es corresponder con aquello por lo que existimos. Por ello, ya no podemos mirar de otro modo a la gente que pasa por la calle.
Pregunta: ¿Cómo podemos sacar fruto de nuestras relaciones y de las que surgen con otros?
Don Giussani: Si me escribes una carta, yo la leo; y si es una carta larga, profunda, yo interpreto la carta según mi parecer. Pero si tú estás allí sentada delante de mí y me das la carta, yo te digo: «Bárbara, ¿qué quieres decir aquí? Pero Bárbara, no estoy muy de acuerdo con esto». Y tú me dices: «No, no quiero decir eso». Si me das la carta y estás delante de mí, la carta se convierte en un diálogo. Hace falta que el libro de la Escuela de comunidad se convierta en un diálogo con Cristo. No hace falta decir en voz alta: «Señor»; esto es bueno, pero es más necesario que dentro del corazón esté viva la pregunta: «Señor, ¿qué quieres decirme con esto? ¿Qué me enseñas? ¿Qué significa esta página?». De este modo la Escuela de comunidad es como una oración que te hace aprender, pues deja de ser algo dialéctico, un debate entre vosotros y nada más, un mero razonamiento. En cambio, si uno lee con religiosidad - y la religiosidad consiste en pedir, en querer aprender -, si también tus amigos están en esta posición, se convierte en algo extraordinario. Es una petición que profundiza la amistad, porque somos todos pobres en camino. Entonces no nos escandalizamos si no comprendemos, si vamos despacio, si repetimos, porque normalmente lo que no se sabe no se comprende enseguida. Fijaos cómo, en el 99% de los casos, los que conocéis, incluso vuestros amigos, quedan como ajenos a vosotros, como yuxtapuestos. En cambio, si los conoces y eres buena de corazón, aunque no les dirijas la palabra, tiendes hacia ellos, no eres ajena a nadie. Es realmente una humanidad nueva la que se establece entre tú y ellos, es como una petición continua. La oración se refleja en la relación entre nosotros, es decir, en la caridad. Lo que ha empezado entre vosotros es una humanidad nueva, que os deja con todos los límites y los defectos de todo hombre, pero que os da una perspectiva que los demás no perciben. Es como la diferencia entre un cuadro pintado por un gran pintor que tiene sentido de la perspectiva y el dibujo de un niño que no tiene ningún sentido de ella. Y la perspectiva es que existe Otro, que entre Renzo y yo existe Otro. Si no fuese así no me habría tratado con la magnanimidad y la bondad que ha tenido conmigo estos días. Si no empieza una trama de nuevas relaciones humanas entre nosotros, no empieza en ninguna parte. De todas formas, os recomiendo que en esto no tengáis ninguna pretensión.
Pregunta: Si tuvieras que decir por qué eres cristiano, ¿qué responderías? ¿Cómo se comunica esto?
Don Giussani: Te agradezco mucho esta pregunta. Los que me conocen saben que hay una invocación que yo rezo siempre y que recomiendo: «Veni Sancte Spiritus. Veni per Mariam». Porque el cristianismo es el anuncio de que Dios ha entrado en el mundo de forma humana. La forma concreta que Él asumió para entrar en el mundo no pasa nunca, es la misma para todos y para siempre. Por ello, una chica de quince o dieciséis años es la Madre de los vivientes. Y la felicidad del hombre pasa y pasará a través de su carne y, antes todavía, a través de su corazón, de su “sí”, de su fiat. Lo que digo a mis amigos, decenas de miles que he conocido, lo puedo decir en virtud del temperamento que he recibido de mi padre y de mi madre. Y lo he recibido para siempre. Por tanto, si nos ha conmovido un determinado acento de la fe a través de una amistad precisa, ¡ya no podemos perderla! Imaginaos que un niño, los primeros días después de su concepción, o un mes después, dentro del útero de su madre, fuese consciente: ¡pensad en qué sentimiento de dependencia y de agradecimiento tendría hacia la carne que le hace ser! Comprendo que sois demasiado jóvenes para entender estas cosas, pero es necesario empezar a decirlas. Porque estamos insertados en una raíz mucho más que como lo está un hijo dentro de su madre. Deberíais haberlo comprendido a raíz de la Escuela de comunidad de este año: la pertenencia. El hombre se desequilibra psíquicamente en la medida en que no se siente poseído, es decir, querido, amado, alimentado, defendido y llevado a cumplimiento. Lo fundamental es que somos cristianos porque sin Cristo el hombre empieza a dejar de ser él mismo, empieza a desvirtuarse. Quizá os conté ya lo que dijo el último maestro de Retórica romano, que se llamaba Mario Victorino (que era el “teórico” de Juliano el Apóstata), cuando anunció repentinamente su conversión al cristianismo desde la tribuna en donde hablaban los abogados. Empezó así su discurso: «Cuando conocí a Cristo, me descubrí hombre»4. Si de alguna forma no podemos decirlo también nosotros, es que todavía no hemos conocido qué es la fe. Pero por poco que la conozcamos, comprendemos que no podemos vivir sin la fe. La fe no es una propaganda, es una pasión amorosa. En mi corazón pienso siempre que de otro modo un hombre no puede amar a su mujer y una mujer no puede amar a su hijo, sin un vacío desesperado. Y amar con desesperación quiere decir condenar a muerte a la persona amada.
Sed fieles a vuestra compañía, incluso cuando no os parezca satisfactoria. Sólo una cosa más, perdonadme: nosotros creemos en Cristo sólo por amor a la razón y por amor al hombre. ¡Es necesario comprenderlo!