Apuntes de la asamblea con la Asociación Italiana de Centros Culturales

Julián Carrón

Marco Bona Castellotti: Bienvenidos seáis todos. Doy las gracias a Julián Carrón por estar aquí con nosotros.

Julián Carrón: Estoy aquí en primer lugar por una amistad entre nosotros. Me alegra y estoy contento de estar aquí, con toda mi persona, porque me interesa lo que vamos a empezar juntos, me interesa y me desafía constantemente, y por eso estoy verdaderamente agradecido por esa posibilidad. Ahora dejaré espacio a vuestras intervenciones, y a las preguntas que me han llegado; de este modo podremos ayudarnos.
Dice uno de vosotros: «Nos urge comprender el punto de unidad entre nuestra vida cotidiana y el trabajo del centro cultural». Esto nos ofrece un punto de partida para el diálogo.
Junto a esta intervención leo también la provocación que Marco nos ha mandado, que creo que tiene mucho que ver con esta primera pregunta. Nos manda esa frase de don Giussani: «La cultura no es un esquema vacío cuando su inicio es algo que nos ha sucedido y que no se puede dejar de mirar, una realidad viva única».
Otro de vosotros dice: «Durante la asamblea de los centros culturales de 2008, afirmaste: “Una experiencia cultural es la verificación de lo que hemos encontrado, de la experiencia particular, porque la experiencia particular se verifica en la capacidad que tiene de abrirnos a la totalidad, pues de otro modo el tiempo deja de interesarnos. Dice don Giussani en Crear huellas: ‘Educar significa ayudar a que el ánimo del hombre entre en la totalidad de la realidad’. ¿Acaso no nos sucede también a nosotros que nos encerramos en los esquemas, en vez de abrirnos a la totalidad? ¿Qué significa, entonces, abrirse a la totalidad?». Es la misma preocupación que tiene Francesco, del Centro Cultural de Milán: «Mi centro cultural trabaja muchísimo; es un centro cultural anómalo, porque es un verdadero lugar de trabajo. Y este hecho esconde siempre el peligro de volver a caer en la preocupación de la organización. Todas las preguntas (“¿Qué personas estamos conociendo, qué estamos siguiendo, qué estamos aprendiendo, qué cultura nueva estamos comunicando?”) son al final superadas por la pregunta: “¿Cómo nos organizamos para llenar la sala?”. En cuanto conocemos a una persona, aunque sea una persona grande, testigo apasionante, nos vemos proyectados enseguida por la preocupación del siguiente encuentro. Con frecuencia me parece que caigo en un esquema vacío, ya prefijado. Y me he dado cuenta de que únicamente en una confrontación estrecha con los que aman mi trabajo más que yo mismo puedo percibir que la belleza que propongo consiste en la originalidad de la experiencia que vivo, es decir, que lo verdaderamente determinante es mi autoconciencia, si deseo o no tocar la posición original, es decir, la posición de la fe».
Me parece que se trata de la misma cuestión, es decir, la experiencia que tenemos de cómo nuestro trabajo se abre a la totalidad. ¿Qué quiere decir abrirse a la totalidad? ¿Qué experiencia tenéis de esto? ¿Qué dificultades encontráis? ¿Qué cuestiones emergen en este camino? ¿Cuál es el punto de unidad entre lo cotidiano y el trabajo del centro cultural? ¿De qué forma ha sido el centro cultural el punto de partida para un trabajo que permita una apertura a la totalidad?

Yo me reconozco mucho en esa problemática de la organización, hasta el punto de que al final me digo: he organizado un montón de encuentros, pero, ¿qué ha crecido en mí, qué he aprendido? Quisiera contar una cosa que ha surgido ante mí, y que me ha llenado de asombro: haciendo el trabajo de la Escuela de comunidad (esa provocación sobre la realidad, para tratar de mirar la experiencia y reconocer la presencia de Cristo), ha cambiado un poco la forma de mirar a los amigos que tengo alrededor, y me he encontrado dejando de lado un poco mi prejuicio, porque yo hago el centro cultural con algunos amigos, y cuando nos ponemos a trabajar ya sé quién es capaz y quién no, ya sé quién me puede decir cosas interesantes y quién no.
Un esquema.
Un esquema. Hay personas a las que a veces ni siquiera escucho. Y en cambio me ha sucedido que, al tener esta apertura, he podido reconocer en las personas más inesperadas ideas que me han hecho descubrir una novedad. Lo que más me ha impresionado es que, siguiendo la realidad, he tenido que reconocer una novedad que nunca hubiera imaginado, y que me ha dictado un modo que me ha fascinado y me ha hecho crecer, me ha permitido conocer un poco mejor cómo actúa este Misterio, porque el éxito de las iniciativas y una renovada amistad entre nosotros (tal vez hemos llegado a pelearnos alguna vez, pero ahora nos sentamos en torno a una mesa y nos contamos nuestra experiencia)...
Todo esto son consecuencias bellísimas, pero son secundarias, pueden suceder o no. A mí me interesa que tú te vayas hoy de aquí habiendo descubierto el origen de todo esto. ¿Qué es lo que te ha empujado y te ha abierto más a la totalidad? Tú mismo lo has dicho.
El hecho de seguir la realidad.
Para ti, ¿qué quiere decir seguir la realidad?
Que en la realidad veo una novedad, reconozco el Misterio, y voy detrás de Él.
Yo quiero que comprendas el origen, porque tú mismo lo has dicho.
El hecho de una amistad, de una relación.
Al principio no había una relación, al principio tú pensabas que aquel era un estúpido...
El hecho de no tener un prejuicio.
¿Cómo has vencido este prejuicio?
Abriendo el corazón, mirando la realidad.
Te has visto invadido de una curiosidad y la has seguido, ¿entiendes? Parece nada, pero si tú no hubieses seguido esta curiosidad, no habría sucedido nada de lo que nos has contado. Me interesa esto, porque esta dinámica puede bloquearse al comienzo –y entonces no sucede nada, sólo prevalece nuestro esquema–; o bien podemos dejarnos desafiar, impactar por esto. Como dice don Giussani, en este amor de nuestra relación por la realidad se juega todo; es algo casi inconsciente, pero todo lo demás es consecuencia de ello. Daos cuenta, amigos, que es lo mismo que otra persona echa de menos –así, al ver cómo sucede en vosotros, podéis aprender a responder a las preguntas que surgen ante la realidad–: «Con frecuencia falta en muchos de nosotros la curiosidad por descubrir todo lo que hay de verdadero y de bello en todos los aspectos de la realidad». Muchas veces, lo único que vosotros veis es que la gente pasa absolutamente de todas vuestras iniciativas, os dais cuenta de que falta esta curiosidad; y muchas veces, falta en nosotros en primer lugar. Sólo si comprendemos qué despierta en nosotros esta curiosidad, podremos ayudar a que despierte también en los demás; si no es así, pensamos que se trata de algo mecánico, ¡pero entonces no habría cambiado nada en ti! Y si nosotros estamos atentos a cómo suceden las cosas que aprendemos, la vida es fácil. Me impresiona siempre lo que dice Giussani: «El problema de la vida no es una cuestión de inteligencia, sino de atención». La atención es esa apertura a la realidad tan grande que se convierte en verdadera inteligencia: es esa capacidad de tomar conciencia de la realidad según todos sus factores, sin excluir nada, sorprendiendo en acto cómo suceden cosas nuevas una y otra vez. Y entonces vemos cómo podemos ser rescatados de nuestro esquema, cómo podemos abrirnos a la totalidad. Y si nosotros percibimos esto, la actividad del centro cultural forma parte de este gran objetivo educativo que es la realidad del movimiento, porque colaboramos a esa apertura a la totalidad. No tenemos nada más interesante y más importante que hacer.
Sólo quería decir que luego me he asombrado del hecho de que esto se ha convertido en un método, por ejemplo, me estoy dando cuenta de que ha cambiado también mi forma de moverme en las elecciones.
Esta es la cuestión: se ve que has hecho una experiencia porque ha crecido tu persona, es decir, ha crecido la conciencia de ti mismo, tu autoconciencia. Has aprendido algo que no termina una vez que se acaba el impacto sentimental; permanece como una riqueza del “yo”, porque ha llegado a ser tuyo. Entonces la vida se convierte en un camino, un camino en el que uno se enriquece cada vez más, en el que uno cambia. Gracias.

Este año se ha trasladado la sede de la empresa en la que trabajo, y por eso me visto obligado a dedicar mucho tiempo a los desplazamientos. Esto me ha obligado a mirar el centro cultural de otra forma: al principio pensaba que se trataba de un problema, porque era yo el que hacía un poco de todo, y en cambio, me he visto obligado a jugármela en la relación con los que hacían el centro cultural conmigo, porque ya no podía hacer tantas cosas; y me he dado cuenta de que estar ante ellos y tener una preocupación sobre cada cosa que debían hacer, o no debían hacer, sobre cómo estaba yendo todo, cómo lo estaban viviendo, me ha hecho dejar de concebirme solo en lo que hacía. Porque no soy yo el que hace el centro cultural, sino yo junto a esos rostros. Por eso, con respecto a la primera pregunta –decir cómo incide en lo cotidiano–, me he dado cuenta de que todo es así, y cuando voy a trabajar es así: ya no estoy solo, sino que estoy dentro de la amistad con esas personas. Yo no soy un “hombre de cultura”.
¡Tenemos que eliminar de nuestro cerebro esta frase, porque, si no, quiere decir que utilizamos la palabra “cultura” de forma reducida! Todos sabéis lo que es Windows, ¿no? Tengo un amigo que usaba el Macintosh, al que luego imitó Windows. Cuando Windows falla, aparece el viejo sistema operativo del DOS, aparece “C:”. Cuando falla el sistema, aparece el viejo esquema. Exactamente como en nosotros: en cuanto nos distraemos de nuestra humanidad, aparece el viejo esquema. Podemos estar hablando de cultura, pero al final emerge el concepto de cultura que tenemos dentro de nosotros, hasta la médula. Esto es muy significativo, porque nos damos cuenta de que sale a la luz este esquema que llevamos en nosotros (no lo digo como reproche, sino para que nos demos cuenta). Pero quería hacerte una pregunta, a propósito de lo que has dicho, la misma pregunta de antes: ¿Qué te ha obligado a esta apertura a la totalidad? No te separes ni un milímetro de lo que has dicho, porque lo has dicho todo. El único problema es que no te has dado cuenta. ¿Qué te ha obligado a esta apertura a la totalidad?
Que yo no me basto a mí mismo.
¡No! Tú, con tu pensamiento, nunca habrías llegado a esto. Habrías podido seguir durante siglos actuando solo. ¿Sí o no? ¡Lo has hecho durante años! ¿Qué es lo que ha cambiado?
Las circunstancias.
Te has visto obligado a desplazarte lejos cada día para llegar al trabajo. Un aspecto de la realidad te ha obligado a salir de este esquema, ha hecho saltar por los aires tu esquema. Tú dices: ¿qué tiene que ver esto con la cultura? Sólo cuando vives, cuando aceptas el desafío que la realidad te lanza constantemente, puedes actuar así; y este evento, este hecho sencillísimo que parece no tener nada que ver con el centro cultural –has cambiado de lugar de trabajo–, te ha hecho ser más consciente de qué es la cultura, y has empezado a actuar de un modo distinto. Te has abierto más a la totalidad. Sólo si vivimos en primera persona una experiencia, a partir de un evento que parece no tener nada que ver, nos abrimos a un “más allá” y crece nuestro “yo”.

Respondiendo a la primera pregunta que has leído, tengo que decir que el año pasado, en un momento determinado de mi vida, con cuarenta y cinco años, me hice esta pregunta: ¿Por qué no estoy todavía contento? ¿Por qué motivo la vida no me da todavía la satisfacción que busco de verdad? Tengo una mujer preciosa, tengo tres hijos sanos, soy músico, doy conciertos, enseño en el Conservatorio. Son todas ellas cuestiones por la que uno debería decir...
«¿Qué más quieres?».
Todo va bien, más o menos, y sin embargo no me basta. Entonces me he puesto a pedir, me he puesto a rezar como nunca había hecho. Soy cristiano desde siempre, y siempre había rezado con fórmulas; en realidad, he empezado a pedir verdaderamente que se hiciera Su voluntad, consciente de que Su voluntad, como decía don Giussani, es mi realización plena. Porque no es: «Que se haga Su voluntad, y paciencia», como si fuese una pérdida para mí, cuando en realidad es lo mejor para mí. De esta forma, han nacido cosas preciosas, cosas increíbles, un período de gracia que estoy viviendo todavía ahora –y de esto hace ya casi un año–. Me han pedido que entrara en el centro cultural y que me ocupara no de música, sino de cine, que es mi otra gran pasión, y he vuelto a ver, después de años, Solaris, de Andrei Tarkovski: ciento sesenta y cinco minutos, un “ladrillo” en el imaginario colectivo. Es como si en esa película hubiese visto al Misterio. Me impactó tanto la película que pedí a algunos amigos volver a verla juntos y hacer un cineclub. A las primeras dos películas vinieron unas treinta personas; para Solaris escribí una carta diciendo que esa película me había cambiado verdaderamente la vida. ¡Se presentaron ciento diez personas! Ha sido un pequeño evento, y el responsable del cineclub –uno de izquierdas– se ha quedado muy impresionado, y ahora vamos a proyectar Andrei Rublev. Resumiendo, ha sido algo que ha dado mucho fruto, un fruto en primer lugar para mí, porque ha sido uno de los momentos que más me ha cambiado la vida. He intuido Su mano, que siempre me ha guiado en esto, porque el único motivo por el que quería proponer este cinefórum era que todos pudiesen conocer la belleza que había intuido en aquella película, que es la misma con la que me encuentro cuando hago música cotidianamente. Creo que puede resultar interesante: partir de lo que sucede todos los días puede convertirse en un trabajo cultural. Los frutos podían haber sido peores, o también mejores, pero lo cierto es que me ha cambiado a mí mismo.
Te vuelvo a hacer la misma pregunta: ¿Qué te ha abierto a esta totalidad?
La insatisfacción, que me ha obligado a pedir.
¿Ves? La lealtad contigo mismo. ¿Te habría impactado tanto la película si no tuvieses esta herida abierta? Esta es la cuestión. Una vez que uno comienza a intuir esto, empieza a comprender qué es la cultura como respuesta; entonces uno se atreve a proponer ciertas cosas que, culturalmente hablando, desde el punto de vista de la concepción normal de la cultura, no tienen interés. Sólo si haces un camino así, tienes una razón adecuada para hacerlo, pues si no, no habrías tenido la caradura de proponerlo. Lo habrías matado en su raíz, antes de pensarlo: «Pero, ¿me he vuelto loco al proponer una cosa así?». Si nos falta esta experiencia, nosotros proponemos la misma cultura que todos.

Me ha impresionado mucho la frase que nos han mandado, que dice que la cultura no es un esquema vacío cuando en su inicio está algo que nos ha sucedido, algo de lo que no podemos apartar nuestra mirada, porque, si pienso en mi vida, este algo que comenzó hace veintitrés años está hoy más vivo que nunca. Porque para mí no se trata sólo del movimiento inicial con algunos amigos en la experiencia del centro cultural, sino que su mismo desarrollo, es decir, el hecho de que todo esto continúa, no puedo separarlo de una evidencia que tengo hoy en mi vida, y es que aquel inicio es para mí como una fuente que después de tantos años se renueva continuamente. Si miro mi vida, me doy cuenta de lo que me hace estar más agradecida es que existe una experiencia que me permite comenzar el día no con el problema del centro cultural o de la escuela –soy profesora–, sino que la experiencia que vivo despierta en mí un deseo de vivir, de ser, que sólo puede ser fruto de una gracia, porque llegar a los 40 años y darse cuenta de que el deseo de ser es cada vez más potente, de que el deseo del corazón es cada vez más potente, es para mí la evidencia de que existe otra cosa en mi vida.
Entonces, dime qué te ha abierto más a la totalidad.
Lo que has dicho antes, es decir, ser leal con el corazón, porque ser leal con el corazón significa para mí tener los ojos abiertos ante todo lo que sucede.
Nosotros no podemos darnos esta apertura a la totalidad por nuestra forma de vivir. Tener los ojos abiertos a la totalidad sólo es posible dentro de esta experiencia: alguien que te aferra y hace que te abras, alguien que te hace abrir los ojos. Esto resulta decisivo si no queremos encerrarnos en un esquema. Porque, además, esto nos permite ser libres con respecto a ciertas cosas o a ciertas iniciativas. En el fondo, no es ésta la cuestión, porque luego todo se valora juntos, se ve qué es más adecuado. Pero en la vida cotidiana, aquello que te abre, lo que hace que cada cosa llegue a ser tuya, lo que no censura nada, es esto. Y entonces os pregunto: ¿Qué me hace percibir como mío cualquier aspecto de la realidad, cualquier aspecto, la totalidad? Porque aquí se encierra el principio cultural definitivo. Sin esto, nosotros decidimos o nos encasillamos según nuestros gustos y nuestras opiniones, según lo que nos interesa, pero dejamos pasar muchos aspectos de la realidad, que no son abrazados en esta totalidad. ¿Qué hace falta para que este inicio permanezca constantemente como fuente? La contemporaneidad de Cristo, porque sin esta contemporaneidad nosotros volvemos a caer en el esquema. Si este inicio no demuestra su verdad permaneciendo ahora y no te abre continuamente, no te basta para vivir este instante. Si no permanece en el tiempo –como sucede con muchos que al principio están sinceramente fascinados– todo decae, y aquello que te había abierto –imaginemos una experiencia amorosa bonita, por la cual hasta la puesta de sol adquiría toda su potencia expresiva– con el tiempo ya no te dice nada. La verdad de este inicio se ve en la capacidad que tiene de permanecer.

Hace diecisiete años me fui a vivir a un pequeño pueblo de Val de Susa, porque mi marido vivía allí. Siempre me ha animado el deseo de no olvidar todo lo que había sucedido en mi vida, es decir, un encuentro que hacía de la vida algo nuevo y el hecho de haber encontrado una humanidad distinta. Pensé que lo único que podía hacer con mi marido era comunicarlo a los demás vendiendo Tracce. Después de esto, empezamos a hacer también Escuela de comunidad en nuestra casa, y poco a poco fuimos proponiendo a las personas que habíamos conocido el Acontecimiento que habíamos encontrado, que poco a poco se hizo presente y evidente también en ellas. La solicitación de la vida real nos hizo conocer a muchísimas personas, sobre todo a través de la caritativa de la catequesis en la parroquia. Allí empezamos a encontrarnos con los padres, con el párroco y las catequistas. Pero no nos bastaba. Era necesario que el ímpetu que habíamos encontrado, suscitado por el acontecimiento, saliese al encuentro y desafiase toda la realidad. De este modo, dimos inicio a una sucursal del centro cultural, rompiendo el hielo con la presentación del libro de don Giussani ¿Se puede vivir así? En encuentros sucesivos tocamos temas distintos, desde el trabajo al dolor, hasta llegar al último que hemos hecho hace diez días sobre la Caritas in veritate, en la que participó el obispo, que nos hizo rezar al comienzo. Fue como hacer llegar a todos la Escuela de comunidad y ver la obra de Otro, más allá de los esquemas. Como, por ejemplo, la posibilidad de haber hecho estos encuentros con el párroco, que ha implicado a toda la pastoral juvenil de la diócesis. Hay algo más grande que vence, cuando una humanidad sencilla y verdadera encuentra un lugar en el que hacer preguntas con respecto al acontecimiento que ha encontrado, a trescientos sesenta grados. A cada encuentro que realizamos vienen unas ciento cincuenta personas, pero cada vez me digo: «Señor, ocúpate tú», y recuerdo lo que dijiste el año pasado: «Es para vosotros, para cada uno de vosotros, aunque no fuese nadie». De hecho, cuando hacemos los encuentros, nunca miro para atrás, porque me digo que, aunque no haya nadie, es para mí. Luego miro a mis amigos del centro –somos seis– y los rostros de la gente que sale y que tiene ganas de encontrarse con nosotros otra vez. Más allá de las ideologías, la gente tiene ganas todavía de encontrar un juicio nuevo.
¡Gracias! Un testimonio precioso. ¡En un pequeño pueblo puede suceder algo así! Una presencia con una gran dignidad cultural. ¡Precioso!

Yo me identifico mucho con esta posición de chantaje que ha salido antes, entre el hacer y el ser. Sin embargo, en estos dos últimos años me doy cuenta de que es como si hubiese empezado un camino desde el principio. Tomando en serio lo que nos dijiste en el Meeting hace dos años con respecto a mirar lo que sucede y luego con respecto al juicio, no puedo evitar unir esto con la experiencia del centro cultural, aunque, como decía, vivo a menudo esta cuestión entre el hacer y el ser como una rebelión: dos días antes del evento, cuanto todo el trabajo se concentra, me gustaría escapar y dejar todo.
¿Por qué no lo haces?
A veces me digo: «Si por el motivo que fuese yo estuviese en el hospital, alguien tendría que hacer mi trabajo». Sin embargo me quedo, porque en este periodo tengo una fijación con lo cotidiano: lo extraordinario sucede dentro de las cosas de todos los días. Podría poner muchos ejemplos, pero me centro en uno: tengo tres hijos, una de ellas tiene catorce años. Me escandaliza el hecho de que los jóvenes tengan necesidad de “estímulos” para que la vida adquiera un interés. Aunque nosotros somos un poco así también, necesitamos del “estímulo religioso”, porque tiene que haber algo que sea impactante a la fuerza, si no la vida nos fastidia, nos cuesta. Pero yo, en este camino que estoy haciendo, he fijado mi atención en lo cotidiano, en las cosas de todos los días, y quiero ver surgir de ahí algo bello para mí.
Gracias. Mirad que, sin esto, me importan un comino vuestras iniciativas culturales, porque al final no nos servirían para entrar en todos los aspectos de lo cotidiano. Esto es lo que nos obliga a revisar nuestro concepto de cultura. Por eso, lo que dices –aquello que te ha educado para percibir un nuevo inicio– se liga con la fuente del nuevo inicio de la que hablábamos antes: el encuentro es la fuente educativa del movimiento, no una reflexión sobre la cultura.

Al principio hacías referencia a la cuestión de la curiosidad. Es algo que me preocupa, porque es una palabra que percibo ambigua para mí, porque soy tremendamente curioso ante lo que sucede en la realidad, y sin embargo me doy cuenta de que es como si la curiosidad se detuviera ahí.
No es un problema de la curiosidad; el problema es que tú te detienes, llegado a un punto te bloqueas. Aquí radica la ambigüedad. Porque un niño, cuanto tiene la curiosidad de saber cómo funciona un juguete, quiere llegar hasta el final. Y te mandará a paseo si te detienes en cosas secundarias y no llegas a mostrar cómo funciona. El niño no se detiene hasta que no llega a la totalidad. Entonces la ambigüedad no está en la curiosidad, sino en la libertad, que bloquea la curiosidad llegada a un cierto punto, no siendo leal con su impulso inicial.
Pero es dificilísimo mantener esta lealtad.
No es que sea dificilísimo, ¡es imposible! Es imposible, a no ser que uno sea despertado continuamente. Como decíamos antes, hace falta un acontecimiento que te despierte. Después, una vez que sucede –y esto no nos lo podemos dar a nosotros mismos– no es dificilísimo, porque basta ceder. En este aspecto, seguimos oponiéndonos a don Giussani. Cuando alguien le decía: «Tú eres mejor, porque en el fondo eres leal; en cambio, nosotros somos…», él replicaba: «¿Qué tengo yo que no tengáis vosotros? Yo solo tengo este “sí”, y nada más». ¿Me explico? No necesitamos más que ceder, porque para resistir debemos emplear más energía que para dejarnos abrazar.
Entonces, esto es lo que te libera de un cierto riesgo a la hora de valorar el resultado de los encuentros que organizas.
Es lo único que te libera. Porque si no llegas hasta ahí, que es en el fondo la fuente de tu satisfacción, entonces dependes del resultado. Este es el punto clave de la cuestión cultural: si nos detenemos antes de haber llegado hasta ahí, no encontramos esa respuesta, ese significado que llena la totalidad de nuestra exigencia, y entonces dependemos del resultado. En cambio, si uno ha encontrado la fuente de la satisfacción, entonces es libre; aunque estuviese solo, estaría contento porque esto le corresponde. Esto no quiere decir que no tengamos que implicarnos para que se produzca un resultado. La cuestión es si somos libres al principio, antes del resultado, porque si no es como si viviésemos como esclavos, dependiendo sólo del resultado. Esto puede incidir muchas veces en nuestra propuesta cultural, porque entonces sólo organizamos las cosas de las que esperamos un resultado, y de este modo nos vemos chantajeados. Y al final, terminamos haciendo las mismas iniciativas culturales que todos, bien vistos por la mentalidad dominante. Pero actuar así no responde a la verdadera curiosidad, al verdadero problema. En cambio, cuando no estamos encajonados en estas cuestiones, entonces podemos proponer algo que responda de verdad a la exigencia de totalidad. ¡Nuestro aliado, el aliado de un concepto de cultura como el que estamos diciendo, no es otro que el corazón del hombre, que es exigencia de totalidad! Pero en la cultura sucede lo mismo que en la educación: sólo aquel que ha vivido esta experiencia puede desafiar culturalmente al otro. Y esto es imposible sin una experiencia presente, sin que yo haya encontrado ya lo que corresponde verdaderamente a mi espera, es decir, la única cultura verdadera, de forma que yo pueda tener la posibilidad de proponerla. Sin esto, como digo siempre, la libertad es un bien muy escaso, y por eso, al final, muchas cosas reproducen la mentalidad de todos. Pero atención, no es un problema moralista: no es que tengamos que ponernos a trabajar el músculo; es otra cosa, porque una vez puedes proponerte hacer esto, pero a la segunda, si no cambian los resultados, no vuelves a hacerlo. Se trata de un problema de nuestra experiencia, como es un problema de la experiencia del educador, porque sólo si uno ha hecho esta experiencia puede educar al alumno en este nivel. De otro modo, no existe educación si no hay adultos que hayan hecho experiencia. En mi opinión, se trata de algo decisivo. Y está en el origen de las opciones culturales que proponemos; no nos damos cuenta, pero esto es verdaderamente determinante.

Nuestro centro cultural trabaja desde hace cinco años, y ahora tenemos un problema sobre el que estamos discutiendo: nuestros encuentros están abiertos a todos, el objetivo es lograr encontrarnos con la gente, y para ello están los anuncios –se me ocurre esta palabra– de un método nuevo con el que se puede afrontar el trabajo y todo lo demás. El problema sobre el que estamos discutiendo es que nuestra comunidad está muy fragmentada, y no existe por tanto un lugar físico en donde la gente pueda encontrarnos. Yo tengo este deseo, y es que no se quede todo en el encuentro cultural, sino que también después podamos encontrarnos con la gente, pero no sabemos cómo hacer para que suceda esto.
Esto dependerá de las posibilidades que tengáis. Si uno quiere encontrarse, debéis ofrecer ocasiones, momentos de encuentro, y desde ahí comenzará todo lo demás, hasta que tengáis dinero para comprar un lugar para trabajar en él. Pero la primera cuestión es que en cada encuentro podáis sugerir nuevas posibilidades para encontraros.
¿Por ejemplo, la invitación a la Escuela de comunidad?
Por ejemplo. Además podéis hacer una excursión, unas vacaciones u otros gestos. En cada gesto podemos ofrecer a todos aquellos que participan en él la posibilidad de continuar una relación. En mi opinión, esto es algo importante: sucede lo mismo que cuando conoces a alguien: te cae bien, y vuelves a quedar. La vida es sencilla.

Para concluir, os leo este testimonio, porque me parece un ejemplo precioso de un intento de recorrer un camino hacia la totalidad a partir de un aspecto particular. Considero que resulta significativo para todos: «Desde hace años colaboro con la actividad del centro cultural, es más, de los centros culturales, porque me ha trasladado a otra ciudad y he buscado siempre este punto de referencia. La intuición inicial que me ha movido, dentro de una estima y de una pertenencia a la experiencia del movimiento, ha sido una simpatía instintiva por el arte, por la literatura, por la cultura en general, la misma simpatía instintiva que me ha llevado a realizar ciertos estudios y a trabajar, primero de forma autónoma y más tarde como empleada pública, en el campo de la actividad de los bienes culturales. Siempre me he dicho a mí misma: si trabajas en la cultura como profesión, no puedes ignorar el campo en el que el movimiento trabaja en estos temas, y por eso me he puesto a colaborar en la organización del centro cultural, considerando el valor que tienen las actividades culturales en sí mismas. Pero la vida se complica y, entre el trabajo y la familia, la superestructura organizativa ha empezado a ser un peso para mí. Desde el año pasado, y de forma mucho más evidente este año, el trabajo del centro cultural ha empezado a desafiarme de forma nueva e imprevista, sobre todo como una crítica: ante lo que sentía como el generoso ofrecimiento de mi capacidad técnica, ante la propuesta, por ejemplo, para hacer visitas guiadas a lugares artísticos, me han llegado a decir: “No me convence, no es esto lo que interesa”. Una vez encajado el golpe, me he visto obligada a hacer un trabajo. Entonces me he topado casualmente con un pasaje de Qui e ora que describe muy bien el riesgo que suponía considerar la actividad cultural como un bien o un valor en sí misma, separado de la totalidad. Dice don Giussani: “La acción con vistas a una universidad más libre y justa, […] la creación de un tipo de estudiante concienzudo y audaz, la creación de profesionales útiles socialmente, son cosas esperables, se convierten en contenido de la esperanza; pero como consecuencia y, lo digo de forma paradójica, como consecuencia no pretendida, ¡porque me bastaría ese Hecho! Lo otro es como un premio. Pero no un premio pretendido, porque deriva inevitablemente de la participación en ese Hecho. Si fuese pretendido, introduciría una alternativa o una competencia con la totalidad de este Hecho”. La cultura como valor introducía una alternativa, una competencia con la totalidad de ese Hecho. He profundizado en mi trabajo basándome en esto. Se me ha propuesto trabajar sobre la intervención del Papa en París ante el mundo de la cultura: “El lugar donde nos encontramos es emblemático. Está ligado a la cultura monástica, porque aquí vivieron monjes jóvenes, para aprender a comprender más profundamente su llamada y vivir mejor su misión. […] A tenor de la historia de las consecuencias del monaquismo cabe decir que, en la gran fractura cultural provocada por las migraciones de los pueblos y el nuevo orden de los Estados que se estaban formando, los monasterios eran los lugares en los que sobrevivían los tesoros de la vieja cultura y en los que, a partir de ellos, se iba formando poco a poco una nueva cultura. ¿Cómo sucedía esto? ¿Qué les movía a aquellas personas a reunirse en lugares así? ¿Qué intenciones tenían? ¿Cómo vivieron? Primeramente y como cosa importante hay que decir con gran realismo que no estaba en su intención crear una cultura y ni siquiera conservar una cultura del pasado. Su motivación era mucho más elemental. Su objetivo era: quaerere Deum, buscar a Dios. En la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial: trabajar con tesón por dar con lo que vale y permanece siempre, encontrar la misma Vida. Buscaban a Dios. Querían pasar de lo secundario a lo esencial, a lo que es sólo y verdaderamente importante y fiable. Se dice que su orientación era ‘escatológica’. Que no hay que entenderlo en el sentido cronológico del término [como remitiendo al futuro], como si mirasen al fin del mundo o a la propia muerte, sino existencialmente: detrás de lo provisional buscaban lo definitivo”. La perspectiva interesante es el quaerere Deum: en el origen del trabajo cultural, volver a partir de la pasión por Cristo corresponde al corazón. No es la imagen con la que me había acercado al centro cultural, es más, recuerdo que hace algunos años tenía casi una objeción hacia esta radicalidad, como si restase valor al aspecto técnico y profesional de la profundización cultural».
Aquí radica la cuestión: estoy contento de que alguien se sienta desafiado por esta radicalidad de nuestro concepto de cultura. Ella comenzó a trabajar movida por su simpatía hacia un concepto de cultura, y esto se ha visto provocado; no porque esta simpatía no sea necesaria, sino por una exigencia de totalidad. Y uno siente la objeción, siente el desgarro, el desafío, el desconcierto, siente verdaderamente el impacto de esta radicalidad. Prosigue: «Recuerdo una discusión con una persona que me había desafiado: “Pero tú, ¿preferirías ver la exposición guiada por Giussani o por un experto historiador del arte?”. Me quedé desconcertada: el corazón se inclinaba por Giussani, pero los motivos no estaban claros». Estupenda esta lealtad en la lucha. Este es el dualismo que experimentamos en nosotros muchas veces: por un lado, el ímpetu; por otro, los motivos. «Entonces surge una pregunta: ¿cuál es entonces la diferencia entre el trabajo de la Escuela de comunidad y el trabajo del centro cultural? En la Escuela de comunidad está todo. He trabajado sobre la intervención de Carmine di Martino en el Meeting 2009; ha sido precioso. La Escuela de comunidad nos ha permitido comprender lo central que es la cuestión de la razón y del conocimiento. El trabajo sobre el texto me ayuda a aumentar la conciencia crítica, y contribuye a hacer sistemática una posición cultural. Del trabajo de la Escuela de comunidad nace un concepto de razón, un uso de la razón que hace de la cuestión cultural algo distinto. En el trabajo de la Escuela de comunidad, guiado de forma autorizada a través de las videoconferencias, ya está todo, se nos han propuesto los instrumentos para hacer un juicio, pero que el trabajo llegue a ser nuestro es un reto siempre abierto». La propuesta puede estar clara, pero esto no quiere decir que sea ya nuestra; necesita de instrumentos, no comprobados por los esquemas de este mundo. «Trabajando sobre la propuesta para la próxima asamblea de los centros culturales, salía a la luz que los esquemas del mundo llegan a convertirse, de forma imperceptible, en nuestros propios esquemas». Es como si, al hacer este trabajo, esta persona se diese cuenta de que muchas veces nuestros esquemas son los mismos que los del mundo: «Con frecuencia son los ojos con los que en realidad miramos y juzgamos las cosas. Es necesario hacer un trabajo para que lleguemos a ser realmente capaces de mirar y de juzgar la realidad. La alternativa es conformarnos con los esquemas del mundo, aunque vengan de sectores católicos. En la actualidad, el centro cultural es para mí trabajo cultural, es decir, confrontación con las distintas propuestas, con los instrumentos que son mi educación hacia una conciencia crítica y sistemática. Hasta la música clásica es interesante, porque esta educación es una identificación por ósmosis con una posición humana, para que yo sea cada vez más capaz de un juicio verdadero y libre sobre la realidad, un juicio que sea mío, con el que yo pueda respirar realmente, como cuando Carrón nos hizo reflexionar sobre el hecho de Eluana. Me impresiona mucho este pasaje de don Giussani tomado de De qué vida nace Comunión y Liberación: “En el fondo de toda verdadera y gran cultura humana, igual que en el fondo de toda verdadera obra de arte o verdadera filosofía, hay siempre una intuición creativa, que se somete al rigor de un método. Un enfoque que olvide la importancia del rigor exigido por cada objeto, es sentimental; y una cultura que censure programáticamente la intuición originaria es abstracta. De cualquier modo el comienzo de la actitud cultural de los cristianos viene indicado en la exhortación de san Pedro a “dar razón de la esperanza que hay en vosotros”. Si falta este punto de partida no es posible ninguna construcción cultural inscrita en la dinámica de la fe. La cultura, en efecto, es la pasión humana solicitada y potenciada por el encuentro. En la concepción paulina Cristo es “la clave que sostiene ontológicamente a todos los seres”. Existencialmente esto significa que Cristo es el punto de vista unitario capaz de permitir afrontar cualquier aspecto de la existencia”».
Todo esto resulta impresionante como recorrido al que puede llegar el centro cultural, es decir, vuestra actividad: no junto a vuestro trabajo del centro cultural, sino desde dentro de este trabajo, tomándoos en serio vuestro trabajo. Desde este punto de vista, os leo un pasaje de don Giussani que aparece en el próximo libro de los équipes del CLU: «El encuentro no es el punto de llegada [como sucede muchas veces entre nosotros: hemos tenido un encuentro, es el punto de llegada, no el comienzo]. […] La razón por la que el encuentro no es el punto de llegada, sino el inicio, es que aquello que nos ha sucedido [en el encuentro] lo comprendemos únicamente en la relación con las circunstancias. […] No debemos archivar la realidad porque ya sepamos, porque tengamos todo [la Escuela de comunidad es aquello que dice todo, pero atención:] tenemos todo, pero el significado de este todo nosotros lo comprendemos en el encontronazo, o mejor aún, en el encuentro con las circunstancias, con las personas, con los acontecimientos. No hay que archivar nada […], ni censurar, olvidar, renegar de nada. El significado de todo lo que tenemos, la verdad que tenemos […], el significado de este “todo” lo comprendemos en el juicio, afrontando las cosas, y por tanto a través del hecho de los encuentros y de los acontecimientos, a través del encuentro –identificando esta palabra en la relación con las personas– y en los acontecimientos. ¡Hace falta llevar un juicio sobre esas relaciones y sobre los acontecimientos!».
Tenemos ante nosotros este trabajo, que está por hacer, y que no lo puede realizar mecánicamente la Escuela de comunidad, sino que debe hacerlo cada uno de nosotros al afrontar la realidad. Nosotros somos desafiados constantemente por la realidad; cuando organizamos algo es para ofrecer una verificación de que lo que afirma Giussani –que Cristo es el punto de vista unitario– no es una teoría (aplicar un esquema), sino una exigencia existencial, por la forma en que ilumina cualquier cosa de la realidad con la que yo me encuentro: es ahí donde se hace evidente el alcance de lo que me ha sucedido. Si yo no lo pongo en juego –este es el desafío que tenéis ante vosotros en todo lo que hacéis– para hacerla evidente ante mis ojos y ante los de los demás, el encuentro sigue siendo, en el fondo, un punto de llegada, y no un punto de partida. No se trata de hacer la Escuela de comunidad y luego pensar que ya no tengo nada más que hacer: es el comienzo, está todo por hacer, como está todo por hacer en la relación afectiva, en el trabajo. Se trata de verificar el encuentro en cualquier aspecto de la realidad, también en lo que hacemos en un centro cultural.

Bona Castellotti. Agradecemos de corazón a don Carrón la ayuda que nos ha prestado. Creo que el encuentro de hoy –aparte de la vivacidad y de la franqueza, y además los problemas, debo decirlo, exentos de flexiones sentimentales– ha sido la ocasión para reconocer en el esquema el gran enemigo de una experiencia cultural. El esquema se halla en las antípodas de la totalidad, pero, si me permitís, también del deseo de totalidad, porque el significado fundamental de la totalidad –si no se queda como un ente abstracto– es el hecho de que nosotros la deseamos, en nuestra vida y en todo lo que hacemos.