Encuentro sobre la paz en el New York Encounter

New York Encounter. La primera Pascua y la paz

En el encuentro norteamericano también se habló de guerra y paz con el arzobispo Gabriele Caccia, observador permanente de la ONU, y monseñor Borys Gudziak, guía de la Iglesia católica ucraniana en Filadelfia
Hannah Keegan

«Es domingo y el Señor dice a sus discípulos: la paz sea con vosotros». El encuentro “Peace on Earth” (Paz en la tierra, ndt.) del New York Encounter 2023 –como respuesta a la invitación del papa Francisco a colaborar en la “profecía por la paz”– se abrió con las palabras del arzobispo Gabriele Caccia, observador permanente de la Santa Sede en las Naciones Unidas, que nos recordó la “primera Pascua”. En el encuentro de Cristo resucitado, Señor de la Paz, con sus apóstoles, la Iglesia descubre su propia contribución a la paz en el mundo, explicó Caccia, invitado a cada uno a mirar todas las injusticias a la luz de esto.

Citando al papa Francisco, añadió que «la paz que Jesús nos da en Pascua no es la paz que sigue las estrategias del mundo, que cree obtenerla por la fuerza, con las conquistas y con varias formas de imposición. (…) La paz del Señor sigue el camino de la mansedumbre y de la cruz : es hacerse cargo de los otros. Cristo, de hecho, ha tomado sobre sí nuestro mal, nuestro pecado y nuestra muerte. Ha tomado consigo todo esto. Así nos ha liberado. Él ha pagado por nosotros. Su paz no es fruto de algún acuerdo, sino que nace del don de sí» (audiencia general, 13 de abril de 2022).

Recorriendo la historia del magisterio de la Iglesia sobre la paz, Caccia recordó la crisis de los misiles en Cuba en 1962, cuando el mundo vivía un momento de gran tensión, con la amenaza de una guerra nuclear que acechaba el horizonte. Movido por estos hechos, al año siguiente, el papa Juan XXIII escribió la Pacem in terris, donde destacaba que la paz es un valor para toda la humanidad, no solo para los cristianos. Dos años después, el Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes afirmaba que la paz es un proceso interconectado con el bien común de la humanidad.

El arzobispo explicó que tras la insistencia del Concilio en el valor de la paz, el papa Pablo VI, en diciembre de 1967, instituyó la Jornada Mundial de la Paz. Se celebraría el primer día de cada año, con la certeza de que sería el mejor presagio para el año nuevo, como dijo el papa Montini el 1 de enero de 1968: «Sería nuestro deseo que después, cada año, esta celebración se repitiese como presagio y como promesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura».

Así, cincuenta años después de la publicación de la Pacem in terris, Caccia invitaba a volver a sus principios fundamentales y afirmar, con Juan XXIII, que entre los hombres y entre los pueblos «reine no el temor sino el amor».

Monseñor Borys Gudziak, arzobispo metropolitano de Filadelfia de la Iglesia católica ucraniana, compartió su interpretación de la “profecía por la paz” a la luz de su experiencia y de la historia ucraniana reciente. «La paz es realmente algo divino. Es propia de la Trinidad, mientras que la guerra es obra del demonio. La guerra es la violación de la voluntad de Dios». La labor de promover la paz se ve obstaculizada por el hecho de que somos pecadores y las guerras del mundo son instancias del pecado original, reiterado y amplificado. «Dios es don y da la vida a las primeras criaturas imprimiendo en ellas su propia imagen y semejanza para hacerlas vivir en el amor y en la paz. El Dios-don dice: “Vivid la vida del don, pero no comáis del fruto del árbol porque así llevaréis la muerte a la existencia humana”. Como sabemos, en vez de recibir el don divino, el hombre decidió “aferrarlo”. Eso es la guerra, un inmenso intento de aferrar».

En tiempos de crisis, a menudo nos preguntamos: «¿Qué puedo hacer?». La respuesta se declina muchas veces en un activismos sociales y humanitarios. Sin embargo, Gudziak insistía en que, aunque estos son sin duda esenciales, los cristianos deben hacer memoria de los fundamentos: oración, subsidiariedad, solidaridad y bien común. Solo con la experiencia de descubrir estos fundamentos en la vida cotidiana puede crecer nuestra esperanza. «Cada alegría compartida se redobla, cada sufrimiento compartido se diezma». Y añadió: «Seguid haciendo lo que estáis haciendo. Rezad. Informaos sobre las evidentes cuestiones morales que están en juego. Ayudad como podáis. No podemos frenar un tsunami, pero podemos ofrecer nuestro testimonio. Frente al mal, podemos vivir la vida del don y rechazar ese ímpetu por aferrar. Pronto o tarde, la verdad de Dios prevalecerá. Siempre lo hace. En esta confianza está la paz de este mundo».

Una tarea destacada también por Davide Prosperi, presidente de la Fraternidad de CL, que participó en la misa por la paz celebrada en el New York Encounter. «Nuestra responsabilidad, también como movimiento, es sobre todo la construcción paciente, día tras día, de lugares de educación y esperanza que favorezcan relaciones donde la mirada verdadera hacia el otro sea capaz de acoger lo que el otro es. La tarea que tenemos como cristianos es la de testimoniar en nuestro trabajo diario que solo la esperanza construye». Un tema que también retomó monseñor Caccia que, a propósito del bien común de la humanidad, volvió sobre el texto de la Gaudium et spes, afirmando que «en sus exigencias concretas está sujeto a variaciones continuas a lo largo del tiempo. Por eso la paz nunca es algo adquirido de una vez para siempre, sino un edificio que hay que construir continuamente». Solo la esperanza construye. Y nuestra esperanza está arraigada, en último término, en la experiencia de la primera Pascua, cuando el Señor de la Paz saludaba a sus amigos en la carne. Esto es lo que generó y sostuvo su esperanza y lo mismo vale para nosotros ahora.

Los diálogos que dieron vida al New York Encounter son un testimonio de esta construcción de paz y los ponentes y participantes percibieron ese trabajo común. Como decía el arzobispo Gudziak, «cuando uno viene a uno de vuestros gestos, observando desde fuera, ve mucha alegría y calor. Esto por sí solo genera paz y ese es el ministerio de la Iglesia».