Jefferson y Geralda, voluntarios en Campina Grande.

El contagio de la gratuidad

Isabella Alberto

Es medianoche. Un centenar de personas, en una sala del barrio de Lapa, en Sao Paulo, celebran la misa de clausura de la Jornada Nacional de Recogida de Alimentos, que el pasado 10 de noviembre recaudó en Brasil 105 toneladas de comida. Seis mil quinientos voluntarios participaron en cincuenta ciudades repartidas por quince estados. Los alimentos se repartirán entre 760 entidades asistenciales. Pero, detrás de todos estos números, se esconde un valor aún mayor. Ana Rosa, que ha participado por primera vez como voluntaria en Sao Paulo, se muestra conmovida al terminar la jornada, mientras mira cómo se van cerrando las cajas una a una. «Cada caja representa a decenas de personas que han dicho sí en todo el país. ¡Qué revolución!».

Así es. Este año los carros de la compra de los supermercados no estaban tan llenos como el año pasado. Pero miles de voluntarios, de los más extrovertidos a los más tímidos, se han acercado a la gente con un folleto en la mano, agradecidos y contentos por estar allí. Los que les escuchaban, ofrecían su colaboración en la medida de sus posibilidades.
Juliana es profesora de Matemáticas. Vive en San José de Río Preto y se enteró de la Jornada de recogida por un amigo que participaba en la de Belo Horizonte. Le picó la curiosidad, entró en la página web y escribió un mail para saber qué tenía que hacer para participar... Después de colaborar como voluntaria el día 10, escribió esto a sus nuevos amigos: «Participar en la recogida ha sido para mí una experiencia única. Confieso que al principio estaba un poco preocupada, ansiosa, me preguntaba cómo podía funcionar todo esto, qué hacíamos allí. Pero he podido ver y hacer mucho más de lo que esperaba. Trabajé por la mañana y las horas volaban. Por la tarde fui a clase, pero tenía la sensación de que podría haber hecho más. Así que decidí volver después. Por la noche, en casa, estaba cansadísima, pero feliz y satisfecha. Como no me sucedía desde hacía tiempo». Aún más interesante es lo que le sucedió al día siguiente. Escribe: «Esta mañana entré en clase, un aula de niños de once años muy revoltosos. Entre ellos está Gabriel, un chico que hace dos semanas me dio muchos problemas por su comportamiento. Estaba enfadada y triste. Nada más entrar en clase, me dijo que me había visto por televisión en la puerta del supermercado entregando un folleto a la gente que entraba. “¿Qué estaba haciendo, profe?”. Le hablé de la Jornada de recogida de alimentos y él, con toda la sencillez de un niño, me dijo: “¡Qué bonito!”. Luego se lo contó a los demás, y todos quieren participar la próxima vez. Gracias a la recogida, he mirado de una manera distinta a este alumno, y él me ha mirado con otros ojos».

Desde el noreste del país, Messias relata su experiencia como coordinador en un supermercado de Campina Grande: «Me han impresionado dos cosas: la adhesión de doña Geralda, que tiene 67 años; y la de Jefferson, de 10. Les conocí en el supermercado, les invité y los dos quisieron inscribirse de inmediato. Al niño le pregunté: “¿Pero tú sabes qué significa ser voluntario?”. Y me dijo: “Ser solidario”. Me sorprendió su disponibilidad y vi en sus ojos la satisfacción que da el servir a otros». Lo mismo vale para Geralda, una señora muy conocida en el barrio porque hasta hace poco vendía pan de maíz por las calles. Se sentó en un banco para descansar y se quedó mirando a los voluntarios que estaban trabajando. Al poco rato quiso unirse a ellos para ayudarles. «En ella he visto el don de la amistad, de la sencillez. Una mujer afectada por la edad, pero decidida y atenta a las personas. Luego pensé que iría a trabajar como mucho media hora, pero el tiempo pasaba y ella no se iba». Allí estuvo durante más de cinco horas. «La experiencia que he vivido me remite a Cristo», continúa Messias: «Porque en ese supermercado vi lo que significa dejar espacio a la necesidad de los demás. Los clientes del supermercado, los voluntarios que he conocido, las donaciones espontáneas de empresarios y comerciantes que se unían a la recogida, me han ayudado a entender lo importante que es mirar al otro con afecto, al fondo de sus ojos, sin miedo a nada. Todos esos gestos gratuitos, llenos de delicadeza, de motivación: migajas transformadas en panes y peces para una multitud. Todo para Otro».

Algunas personas, que no podían estar presentes en el gesto de la recogida, ofrecieron su ayuda de otro modo. El padre de Leonardo es taxista. Decidió llevar a su hijo y sus amigos hasta el mercado, y al terminar fue también a recogerlos. Son jóvenes que participan en el programa educativo de la Asociación Estudio y Trabajo de Sao Paulo. Algunos chavales dieron su disponibilidad y pasaron todo el día en el mercado. Al final de la jornada, el padre bajó del coche y llamó a la coordinadora, Silvana: «Gracias por el bien que hacéis a mis hijos». Llevarles hasta allí fue su colaboración en la jornada.
Los más pequeños también trabajaron mucho. Entregaban folletos, recogían donaciones, embalaban alimentos, y todos pedían a sus padres que hicieran su donativo. Han sido un ejemplo para muchos. Rafael tiene nueve años. Hace unos meses, mientras se celebraba la asamblea de la Escuela de comunidad, se sentó al final de la sala a leer por su cuenta. Pero oyó el aviso de la Jornada de recogida de alimentos. Al volver a casa, en el coche, le preguntó a su padre: «¿Tú vas a ir a ayudar?». Así fue como su padre decidió implicarse y trabajar todo el día, hasta la misa, y aun después, cargando las cajas con su mujer y su hijo, junto a otros compañeros. Cansado y feliz. Un gesto sencillo, contagioso. Que nace de un sí.