Andrea Aziani con María Luisa

La verdad de Andrea

El recuerdo de una antigua alumna y amiga de Lima sobre el Siervo de Dios Andrea Aziani, Memor Domini misionero en Perú que murió en 2008
María Luisa Vásquez Castañeda

Conocí a Andrea Aziani en la universidad, cuando tenía apenas 17 años. Por aquel entonces vivía inmersa en mis estudios de Ciencias de la Educación y Andrea era uno de los profesores de Filosofía. Recuerdo perfectamente el primer día de clase. Entró en el aula con una maleta enorme llena de apuntes, revistas y libros. Llevaba en una mano un trozo de tiza y en el bolsillo del abrigo, un pañuelo que usaba para limpiar la pizarra cuando hiciera falta. Después de presentarse, escribió en la pizarra con letras grandes una pregunta: «¿Qué es la verdad?». Y nos retó a responder. Aquel primer encuentro creó una atmósfera provocadora y un poco tensa. Sentía que mi corazón latía acelerado mientras su presencia y su mirada penetrante imponían respeto. Al acabar la clase, lo primero que pensé fue: «¡Quiero dar clase como este hombre!». Por aquel entonces no tenía muy clara la respuesta a esa pregunta sobre la verdad, con el tiempo descubrí algunos de sus rasgos y aprendí el valor de hacerse siempre preguntas, cosa que Andrea nos recordaba constantemente en sus clases y conversaciones.

Nos enseñó mucho. Desde el respeto de la puntualidad a la exigencia de asumir responsabilidades en clase, su compromiso con la enseñanza era evidente en cada gesto. Nos animaba a leer y formular juicios, sin malgastar un solo segundo en clase. Su atención a los alumnos era constante, su presencia impedía cualquier distracción o somnolencia. También mostraba un profundo respeto por la institución y la autoridad, participando activamente en todas las iniciativas universitarias, ya fueran juegos, lecciones o ceremonias extraescolares. Andrea no solo nos mostró cómo debería ser un profesor, sino que su vida y su ejemplo encarnaban un modelo de compromiso con todos los aspectos de la realidad.

Los temas tratados en clase suscitaban muchas preguntas entre los alumnos, sobre todo sobre conceptos como la libertad, uno de sus preferidos. Cuando explicaba las ideas de filósofos como Nietzsche y las confrontaba con otros existencialistas, sus palabras tenían tal intensidad que algunos estudiantes llegamos a pensar que era nihilista o ateo por la seriedad con que los trataba en clase. Fuera del aula, continuaban las discusiones en los pasillos, donde Andrea se juntaba con los alumnos y hablaba personalmente con cada uno. Ese compromiso por el aprendizaje y el desarrollo personal de sus alumnos siempre me impactó profundamente.

A medida que avanzaba mi formación universitaria, entendí que la libertad no puede quedar reducida a un simple concepto, es un proceso que requiere una verificación constante en la vida en su conjunto, tal como nos enseñó Andrea. Él fue quien me animó a participar en otras actividades como la Escuela de comunidad, encuentros culturales y conferencias. Al principio dudaba por mis múltiples compromisos en la parroquia, pero al final la curiosidad me llevó a implicarme cada vez más con este grupo de amigos y compañeros.

Mi relación con Andrea se consolidó con el tiempo, sobre todo después de graduarme, cuando empecé a trabajar con él y con Gian Corrado Peluso en la Universidad Católica “Sedes Sapientiae”. Esta colaboración supuso otro periodo de aprendizaje en el que Andrea me desafiaba constantemente para que expresara mis opiniones y me comprometiera en primera persona. En las reuniones de la facultad siempre contestaba a los comentarios sobre la falta de compromiso y atención por parte de los alumnos, dando prioridad siempre al crecimiento de los jóvenes. Su interés por mi madurez profesional era evidente, como mostraba cada vez que me preguntaba por mis lecturas cotidianas o mi participación en conferencias y eventos.

Me guio con sabiduría y paciencia, incluso en momentos complicados. Recuerdo sobre todo un episodio cuando trabajaba con él y hubo un problema con un alumno que también era del movimiento. Era una situación delicada, así que hablé con Aziani. Él me escuchó y me dijo: «No sé lo que tienes que hacer en esta situación, pero lo único que te pido es que la decisión que tomes no sea un motivo para que él rompa su relación con Dios».

Esta respuesta me hizo entender aún más que lo que Andrea deseaba para todas las personas que conocía era que se encontraran con Jesús y pudieran salvar su vida. Así fue conmigo. La amistad con Andrea influyó de forma profunda y duradera en mi vida. Desde la primera vez que le vi en clase y durante los años de colaboración en la universidad, su ejemplo de compromiso, responsabilidad y búsqueda infatigable de la verdad dejaron en mí una huella imborrable. Gracias a su guía y a su ejemplo, no solo aprendí el valor de la educación y del compromiso en la enseñanza, sino también la importancia de vivir de un modo verdadero buscando la belleza en todas las cosas porque –como decía citando a Dostoievskij– «la belleza salvará al mundo».