Homilía del obispo de Vic en el décimo aniversario de la muerte de Luigi Giussani

Romà Casanova

Distinguidos señores, vicario de esta parroquia de Sant Hipòlit de Voltregà, hermano presbítero, hermano diácono, señor director general de Asuntos Religiosos, miembros de la Fraternidad de Comunión y Liberación de Cataluña, fieles de esta parroquia, hermanos todos, hijos queridos de Dios.

Quienes estamos aquí formamos esta gran asamblea eclesial, en la cual celebramos el misterio de Cristo, el Señor, muerto y resucitado. A los miembros de la parroquia, y a los padres y madres de la Escola Mare de Déu de la Gleva, a esta asamblea eclesial, hoy se les unen los miembros de Comunión y Liberación, que celebra el décimo aniversario de la muerte de don Luigi Giussani y el sexagésimo aniversario de la fundación de la fraternidad de Comunión y Liberación. Deseo, en este momento, agradecer al Señor la presencia de las familias y de los miembros de Comunión y Liberación en esta parroquia, en esta población, así como de quienes os habéis reunido aquí para celebrar los acontecimientos de la Semana don Giussani. Nosotros somos pequeños, y nos honramos con vuestra presencia.

Conviene, en primer lugar, que nos preguntemos quién es don Luigi Giussani. Ciertamente, a lo largo de esta semana hemos podido conocer más a don Giussani, que ha sido capaz, con la gracia del Espíritu, de transmitir a muchas personas de distintos países aquello que el Señor hizo nacer en su corazón. ¿Qué es Comunión y Liberación? La eucaristía que hoy celebramos con el obispo ya pone de manifiesto quién es don Giussani y qué es Comunión y Liberación: una realidad eclesial que nació de don Giussani, sacerdote milanés y profesor de instituto, el año 1954. Él era un hombre que tenía un corazón que fascinaba y, sobre todo, fascinaba por su visión de la vida y de la realidad. Un hombre que ayudaba a los jóvenes a entrar en esta vida, en esta verdad, desde la libertad y la razón. Es el corazón de un hombre enamorado de Dios, el corazón de un hombre que tiene sed de bondad, de verdad, de amor y de belleza, y que, allí donde estaba, contagiaba esta sed de la verdad, de la bondad, del amor y de la belleza.

Además, esta eucaristía, este encuentro, estos días, hoy, son una preparación para el encuentro con el Santo Padre. Esto también manifiesta quién es don Giussani y qué es Comunión y Liberación: una realidad de la Iglesia que está atenta a lo que el Espíritu de Dios quiere en estos momentos concretos. Desde esta fe, la de don Giussani y la de la Iglesia, sabemos en la voz del Santo Padre que somos seguidores de Cristo. Escuchando lo que él quiere de nosotros, de la Iglesia, sabemos lo que Cristo quiere para su Iglesia. De hecho, en el tiempo previo a este acontecimiento que tendrá lugar en marzo, el presidente de la Fraternidad, Julián Carrón, ha pedido que todo miembro de Comunión y Liberación se prepare, haga este camino en la fe para el encuentro con el Santo Padre, con Cristo. Es este Cristo que fascina, este Cristo que llega a ser la presencia más querida que la vida misma. Esta es la experiencia de quien se encuentra de verdad con Jesucristo: entrar cada vez más en el misterio de quién es Él, de cómo actúa, de cómo ama, de cómo salva, de cómo libera. Es la experiencia de que sólo Él llena verdaderamente nuestro corazón. El encuentro con el Santo Padre expresa, pues, este deseo de aprender del Papa cómo ser cristianos hoy en un mundo en rápida transformación y que nos pide, a nosotros cristianos, dar respuesta desde la fe en Cristo, para iluminar, para llevar la luz de Cristo.

En el Evangelio de hoy hemos escuchado cómo aparece este leproso, un leproso que busca la salvación. Es un leproso que expresa la realidad del hombre, que está en camino por este mundo. Es este hombre que busca, con un corazón sediento, la salvación, la vida. Es él quien buscó a Jesús. Pero debemos preguntarnos quién ha buscado antes, aquel leproso o Jesús. ¿Quién ha venido antes, el leproso o Jesús? Si el leproso puede encontrarse con Cristo es porque Él es el Hijo de Dios hecho hombre, que ha venido a buscar a la humanidad, que ha venido a estar cerca de la humanidad, a vivir en el seno de la humanidad. Recordemos aquellas palabras que don Giussani dirigió al santo padre Juan Pablo II, al final de su profundísimo discurso, cuando dijo que el verdadero protagonista de la historia es el mendicante, el que pide: Cristo mendigando, pidiendo, el corazón del hombre; y el corazón del hombre mendigando, pidiendo, Cristo. Esta es la realidad que los cristianos reconocemos y que debemos vivir continuamente en nuestra vida. Cristo es aquel que pide nuestro corazón, porque sabe que solamente en Él encontraremos la plenitud de nuestra vida. Toda la sed de felicidad, de amor, de verdad, de belleza, de bondad que hay en nuestro corazón, es sed de Jesucristo. Él es el único capaz de fascinar y llenar nuestro corazón, siendo el verdadero protagonista de nuestra vida. Y el hombre es aquel que busca continuamente esta belleza, es quien no debe cansarse nunca de ir hacia Jesús, de buscar en su corazón cuál es la verdad más profunda. El hombre la debe buscar, porque la encontrará, porque está. Si tiene sed, es porque hay agua, porque existe la fuente de la cual mana el agua capaz de saciar nuestro corazón.

El leproso del Evangelio no tuvo miedo alguno de pedir lo que parecía imposible. Aquí aparece el misterio del hombre, que desea cosas grandes, pero que experimenta la debilidad de su vasija de barro. Es el corazón del hombre, capaz de desear el infinito, pero que también se puede dejar perder por cualquier cosa. Aquel leproso nos muestra que es posible lo que parece imposible. Para él, superar la enfermedad de la lepra parecía imposible. Pero fue capaz de ir hacia Jesús y pedirle lo que parecía imposible. Es posible que nuestro deseo de Dios se sacie. Pese a nuestra debilidad y nuestro pecado, es posible que nuestra vasija de barro se llene de la belleza, de la verdad y del amor que trae Jesucristo.

Jesús toca a quien es intocable. No se podía tocar a un leproso. Pero Jesús toca lo intocable. Nuestra realidad, nuestro corazón, es tocado por Jesús. Él pone su mano, todo su Ser, en nosotros. Es más, Él es quien ha cargado con nuestro pecado. Él es, como dice San Pablo, el Dios que se ha hecho carne por nosotros, para que en Él nosotros podamos alcanzar la salvación. El Señor nos pide que no tengamos miedo de ponernos ante Él y que no tengamos miedo de tocar lo intocable. Que nuestro corazón no rechace a nadie. Que jamás digamos, en este contexto de educación en el cual hemos hablado hoy, que no podemos hacer nada con aquel chico o con aquel joven. ¡Esto nunca lo puede decir un cristiano! La Iglesia es el hogar de la misericordia, hogar en el cual tocamos a quienes son intocables. De otra manera no somos la Iglesia de Jesús. El santo padre Francisco, en su mensaje para la próxima Cuaresma, nos dice cómo desea que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, principalmente las parroquias y comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia. Islas de misericordia: esta es la Iglesia, esta es cualquier realidad eclesial en nuestro mundo de hoy. Islas de misericordia en medio de nuestro mundo.

Con el lema de esta semana “La realidad nunca me ha decepcionado”, don Giussani nos dice que quien busca la verdad, quien toca la realidad, llegará a ver siempre la realidad del amor, de la misericordia y del perdón de Dios. Esto es lo que el Señor nos da a conocer hoy en el misterio de su Iglesia. Esta es la experiencia que vive cada cristiano. Todos y cada uno de nosotros hemos sido salvados. Cada día Cristo salva nuestro corazón con su misericordia. Experimentamos el kerigma, aquel primer anuncio según el cual, como dice el papa Francisco, descubres que Cristo te ama y ha dado la vida para salvarte, y que ahora vive a tu lado cada día para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte. Esta es la experiencia del cristiano, de quien se deja tocar por Jesús, salvar por Jesús, de quien se deja iluminar, fortalecer y liberar por Jesús.

La única cosa que puede hacer aquel leproso es manifestar su gratitud exultante con cantos de liberación. Aquel leproso se convierte en predicador. Este es el cristiano, que, liberado por Cristo, no se cansa de anunciar quién es Jesús. Esta es la alegría de evangelizar. San Pablo nos ha dicho: “Hacedlo todo para la gloria de Dios, seguid mi ejemplo como yo sigo el de Cristo. San Pablo fue alguien que vivió el Evangelio y lo ha comunicado a los demás. Del mismo modo, don Giussani ha vivido el Evangelio y lo ha comunicado a los demás. Por eso, todos y cada uno de nosotros debemos vivir apasionadamente el Evangelio, a fin de poderlo testimoniar con nuestra vida y nuestra palabra. San Juan Crisóstomo, comentando esta carta, dice que esta regla de San Pablo es la más perfecta del cristianismo, la definición más exacta, el punto más álgido. No hay nada más parecido a Cristo que cuidar del prójimo. Nosotros debemos ser quienes tengamos la mirada puesta en nuestro hermano, para ayudarnos unos a otros a tirar adelante, a cuidar de nuestro mundo, a cuidar de todos y cada uno de nuestros hermanos. Esta es la realidad del cristiano, el testimonio que nuestro mundo necesita en estos momentos.

Agradecemos pues al Señor, el don de don Giussani para la Iglesia. Y también agradezcámosle el don de Comunión y Liberación presente en la Iglesia, presente en Cataluña, presente en este pueblo. Y nos encomendamos a la intercesión de María, para que ella nos lleve siempre hacia Jesús.