El mensaje son ocasión de la peregrinación a Czestochowa (6-11 de agosto de 2012)

Julián Carrón

Queridos amigos, recordad que también valen para vosotros las palabras de don Giussani que nos hemos repetido muchas veces: « Esperaos un camino, no un milagro que eluda vuestras responsabilidades, que anule vuestra fatiga, que haga mecánica vuestra libertad». Aprendeos de memoria esta frase para que os haga compañía a lo largo de la peregrinación, para que podáis tener la actitud justa, para que no os esperéis algo milagroso o mecánico del gesto que realizáis al término de la escuela y de la universidad.
Un gesto de esta dimensión abre el corazón, la mente, la disponibilidad, la totalidad del “yo”. Si es posible, secundad esta apertura de vuestro corazón que os ha hecho desear realizar la peregrinación. Llevad con vosotros vuestros deseos, vuestras esperanzas, pero también vuestros dramas, dificultades y perplejidades; la fatiga del camino hará que emerja con toda su potencia la necesidad infinita de vuestro corazón. Aprovechad esto para ser conscientes de que es la misma necesidad que tenemos todos, una necesidad que no es sólo de un momento, sino que permanece siempre.
De este modo, os resultará natural reconocer que pedir es algo pertinente a cada paso, constantemente. Se necesita un camino para que no se cierre la apertura del corazón provocada por las circunstancias. Porque inevitablemente tenderá a cerrarse: no es mecánico que permanezca, y tampoco una situación dolorosa como una enfermedad o la muerte de un amigo hará de por sí que permanezca. Lo único que consigue mantener viva la conciencia de nuestra necesidad es una presencia que nos desafía continuamente: la Iglesia. Por eso es necesario hacer el camino que nos propone la Iglesia a través del movimiento, para que llegue a ser estable y cada vez más familiar esta apertura, esta conciencia de nuestra necesidad. Deseo que podáis verificar vosotros mismos, en la experiencia, la conveniencia humana de vivir así por lo menos una semana. Entonces os entrarán ganas de gritar: «¡Esto es vivir!», hasta el punto de decir lo que le decían a la Samaritana los habitantes de su pueblo, después de haber conocido a Jesús: «Ya no creemos por lo que nos has dicho, sino por lo que hemos visto nosotros en la experiencia».
Este es «el tiempo de la persona» porque, como dice don Giussani, si la experiencia cristiana no consigue generar un “yo” cierto, no podrá resistir en un mundo en el que todo dice lo contrario. Para suscitar este “yo” no son suficientes una homilía, un discurso o una serie de reglas. Se necesita un gesto que nos permita hacer experiencia de lo que nos decimos. No tenemos más finalidad que esta: que lo que hemos encontrado y que nos ha fascinado – y por lo que hacéis la peregrinación – llegue a ser cada vez más nuestro. Pero hay un inconveniente: justamente porque el Misterio estima nuestra dignidad de hombres, no quiere entrar en nuestra vida a escondidas, y por eso reclama mi compromiso, tu compromiso. Para no quedarse fuera, desea entrar en nuestra vida a través de nuestra humanidad, a través de nuestra razón y de nuestra libertad: nos toca a nosotros acogerle.

En la memoria de don Giussani, encomendad el movimiento a la Virgen. En este momento precioso e importante de nuestro camino, llevad en vuestras oraciones a nuestra grande y frágil compañía al destino.