Por la Iglesia, nuestra Madre
Juibileo - CL en RomaEl cardenal Sodano ha inaugurado la nueva sede del Centro Internacional del movimiento en Roma en presencia de obispos y embajadores. La carta de Juan Pablo II, muestra de un gesto extraordinario del Papa, y el mensaje de don Giussani
El miércoles 18 de septiembre tuvo lugar la inauguración de la nueva sede del Centro Internacional de CL en Roma. Presidió el acto el cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado de Su Santidad, que al acabar el encuentro bendijo los locales.
Estaban presentes, entre otros, los obispos Crescenzio Sepe, Francisco José Cox, Stanislaw Rylko, Diarmuid Martín, Bruno Bretagna, Karel Kasteel y monseñor Timothy Broglio. Entre los embajadores ante la Santa Sede participaron Yosef Neville Lamdan (Israeü), Raymond R.M. Tai (Taiwan), Mark Edward Pellew (Gran Bretaña), Alin Dejammet (Francia), Vicente Espreche Gil (Argentina), Mohammad Hadi Abdekhoda’i (Irán), Blanca Elida Zuccolillo de Rodríguez (Paraguay), Gustav Ortner (Austria), Teodor Baconsky (Ru.ania), Husein-Fuad Mustafa Kabazi (Libia).
Después de una breve introducción de Jesús Carrascosa, responsable del Centro, se leyó el mensaje de don Giussani. Antes de bendecir los locales, el cardenal Sodano leyó una carta de Juan Pablo II enviada para la ocasión.
El saludo de don Luigi Giussani a su eminencia el cardenal Angelo Sodano
Eminencia:
Espero que el sacrificio de no poder estar presente en la bendición del Centro Internacional haga más válida la oración a Cristo por la misión que nos ha confiado. Hemos querido, en efecto, que este Centro Internacional surgirse en Roma durante el año del Gran Jubileo como señal de nuestra voluntad de servir con todas nuestras energías a la Iglesia, nuestra Madre, en sus estructuras últimas, casi parte de su realidad sacramental. Nosotros miramos a la Iglesia con la conciencia de pertenecer de corazón a Cristo.
De esta manera se nos anima a colaborar con el testimonio que el Santo Padre da al mundo de hoy: al Obispo de Roma se le ha confiado la tarea más grande de toda la historia, que es la de dar a conocer a Jesucristo. ¡Es conmovedor toparse con la humanidad de Juan Pablo II, que de manera incansable habla de cómo Cristo penetra hasta la médula la vida del hombre! A través de una determinada modalidad o acento la gracia del Espíritu ha hecho para nosotros más fácil, más comprensible, más persuasiva y más creativa la fe, es decir, el reconocimiento de la gran Presencia que está en el mundo desde que Dios nació de una joven mujer judía en Palestina hace 2000 años. Y desde ese día la seguridad del camino cristiano viene de la permanencia en el cauce de la tradición.
Por eso la autoridad de la Iglesia no es para nosotros un simple principio disciplinar, más que eso y antes aún es el lugar de pertenencia a la unidad que Cristo resucitado realiza hasta la eternidad: «Los que os habéis bautizado, os habéis identificado con Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28).
En esta ocasión, a través de sus manos, Eminencia, queremos poner en las del Papa nuestra existencia - frágil y, sin embargo, segura por la gracia recibida -, para que la intercesión del Espíritu Santo y de la Virgen nos haga instrumentos suyos para la gloria humana de Cristo, testimoniado por este milagro que es la unidad con el sucesor de Pedro.
Hoy, junto a todos los amigos de nuestras comunidades dispersas por todo el mundo, le doy las gracias, porque su persona hace presente a Cristo, y por consiguiente al Papa, entre nosotros.
Bendíganos, Eminencia, como un padre cuando se inclina sobre sus hijos al final del día.
18 de octubre de 2000.