Pertenencia
Palabra entre nosotrosApuntes de la intervención de Luigi Giussani en la apertura de curso de Comunión y Liberación en la diócesis de Milán Milán, 23 de septiembre de 2000
En una oración dominical - que profundiza nuestra plegaria y el uso del tiempo - he leído este pensamiento: «Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia; derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo [la felicidad eterna]» (domingo de la semana XXVI).
Igual que el Misterio se encarnó en un hombre, Jesús de Nazaret, la felicidad eterna desafía al tiempo que pasa y el Misterio sigue teniendo un rostro en nuestra tierra. Por eso escribe san Pablo a los primeros cristianos de Galacia: «Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Gal 2,20).
Nuestro compromiso, por tanto, no es con un aspecto u otro de la vida, sino con la vida, con la vida como tal, con todos los factores que la componen, con la vida según todas sus exigencias: «mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí».
No hay solución de continuidad entre nosotros y nuestra vida, entre mi yo y su vida; no hay solución de continuidad, pero el acontecimiento de Jesús es el hecho que más ha conmocionado el universo entero.
San Pablo lo explica a los primeros cristianos de Roma: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor» (Rm 14,7-9).
El Misterio de Dios, el Señor Jesús, escogió un pueblo entre todos los de la tierra para que fuese el pueblo elegido; lo eligió para que se convirtiera en Su mensajero para siempre, en Su enviado en el mundo a lo largo de toda la historia; para que Le glorifique - como decíamos en los Ejercicios de hace unos años -, y todo sea para gloria de Dios al reconocer el hombre que Dios es todo en todo (¡Dios es todo en todo!).
Dice el Señor, redentor de Israel, en un pasaje de Isaías:
«Así dice Yahveh, tu redentor,
el santo de Israel.
“Yo, el Señor, tu Dios,
te enseño para tu bien,
te guío por el camino que sigues.
Si hubieras atendido a mis mandatos
sería tu paz como un río,
tu justicia como las olas del mar;
tu progenie sería como arena,
como sus granos los vástagos de tus entrañas”» (Is 48,17-19).
Para caminar junto con Dios, su pueblo debe ser obediente y, por tanto, fiel a Él en todas las circunstancias de su vida porque tiene a Cristo.
El Misterio de Dios en Jesús se define con la palabra: ‘Misericordia’. Por ello, Dios nos da el tiempo para que Su gracia fructifique en la libertad del hombre.
«Su misericordia es eterna», y así también nuestras transgresiones humanas hunden su precaria consistencia en el mar infinito de Dios, en el mar del Señor. En efecto, para definir el Misterio - lo desconocido para el hombre - la palabra más bella es ‘misericordia’.
La misericordia es verdadera imitación de Cristo, y éste es el aspecto particular, pero arrollador por su fuerza persuasiva, con el que Dios se justifica, el Misterio se revela, y la compañía de Jesús cala en nosotros, nos impregna incluso con fuerza.
La misericordia, verdadera imitación de Jesús, es la mirada del Misterio sobre todo hombre, es el eco de la caridad de Dios en nosotros. La misericordia es este afán, el esfuerzo de la libertad. Aceptar la misericordia de Dios para con nosotros significa aceptar la espléndida victoria sobre todos los límites que hallamos en los demás que es la misericordia.
Pido a la Virgen, y os deseo, que a lo largo del año madure en cada uno de nosotros la fe - nuestra fe -, la verdad que las palabras encierran. ¡Qué la Virgen obre también en mí este milagro! Todo esto multiplicaría el milagro aportando un bien para todos, para nuestro pueblo y para la vida del mundo, como confirma el profeta Isaías en el texto citado.
No se trata de un proyecto. Es un anhelo, un impulso de la voluntad, de nuestra buena voluntad, de nuestra libertad que es - como vimos y meditamos en los Ejercicios de 1997 que son el texto que más me ha dado que pensar en mi curriculum - la intensidad que caracteriza una vida y la certeza que se tiene y, por tanto, la intensidad de la espera. Y para el hombre la ‘esperanza’ es lo más difícil de entender.
El presente puede ser una victoria contundente o engañosa, pero la palabra que sobreviene, ‘misericordia’, llega como una ola del mar sobre la playa, como una orilla serena y llena de la frescura del Ser.
¡Qué éste sea el resultado de la atención que nos prestamos mutuamente! Que el Señor nos ilumine y sostenga nuestra esperanza más allá de todos los límites, nuestros propios límites.
Según envejece, esta maquinaria que somos muestra sus fallos y con ello manifiesta su límite. Sin embargo, toda limitación es vencida, puede ser vencida por una esperanza motivada, motivada adecuadamente.
Nuestra fe es el lugar de dicha motivación; es lo que genera el contenido de esta, y la esperanza es la profunda tranquilidad del corazón que experimentamos cotidianamente.
Que la Virgen os asista de buen grado y dichosa, haga participe nuestro corazón de su alegría y ampare nuestra voluntad y deseo. Hágase en nosotros lo que Dios quiere y sea Él nuestro sustento en las tristezas y en toda aparente incapacidad.
Lo deseo para vosotros y para mí. Pero el deseo más hermoso que podemos expresar es que seamos misericordiosos, que tengamos misericordia los unos de los otros. Si ante Dios, el Dios cristiano, pusiéramos todos los pecados de la Tierra, cabría decir: «¡Que Dios destruya este mundo!». En cambio, Dios muere por un mundo así, se hace hombre y muere por los hombres, ¡hasta tal punto que esta misericordia desvela el sentido último del Misterio! ‘Misericordia’ es lo que mejor expresa el Misterio, más concreta y existencialmente.
Y el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, creador - Veni creator Spiritus -, creador de todo (¡de todo!), llega a un extremo que es impensable para el hombre: recrea. Que esto suceda; ha de suceder todos los días de este año. Cada noche podemos decir: «¿Hoy, ha renacido algo en mí? ¿Qué ha sido recreado?». Y cada uno lo puede decir delante del Señor, aunque alguien cerca podría acusarle por razones aparentemente verdaderas, justas. Pero la justicia es nuestro lugar, el lugar que ocupamos ante el Misterio; la justicia es el lugar que ocupamos junto a Cristo, entre nosotros y Cristo, entre nosotros y Jesús.
Doy las gracias a Cesana y a don Pino por sus testimonios: el modo en que han hablado es un gran testimonio para mí. Y para todos.
Démonos cita [junto a Cristo] todos los días del año (pero especialmente cuando nos reunimos). Que podamos dar ejemplo con una verdad sencilla; edificar junto con el Espíritu de Jesús que se adentra en nuestro corazón y demuestra, nos demuestra, que ningún límite verbal puede destruir la relación con Jesús en la que se encarna la relación con lo Eterno.
Lo deseo para vosotros y para mí. Rogad a la Virgen que nos lo conceda.